


El 'Institut d'Estudis Sufís' de Barcelona es un centro dedicado al estudio y el cultivo de la vía sufí del poeta y sabio persa Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (1207-1273), inspirador de la escuela sufí 'mevleví' de los derviches giróvagos. Dirección: Halil Bárcena - Información: sufismo786@yahoo.es www.facebook.com/Institut.d.Estudis.Sufis
(Traducció de l'àrab al català a càrrec de Halil Bárcena)
Uno de los modelos compositivos más usados por los calígrafos o jattât adeptos al sufismo es el llamado ‘modelo en espejo’, consistente en una composición doble, en la que la parte derecha de la caligrafía se refleja en la parte izquierda, y viceversa. Acostumbran a ser caligrafías muy equilibradas, que transmiten serenidad a quien las contempla. Las composiciones caligráficas en espejo (ya sean dos Hû -literalmente Él- que se miran, o dos letras como la wâw, por no citar sino ejemplos muy clásicos) persiguen mostrar, a través del arte de la caligrafía islámica o jatt, la que es la intuición espiritual fundamental del sufismo, a saber, el llamado tawhîd espiritual, reformulado por los sufíes bajo la fórmula sintética árabe wahdat al-wuyûd, que podríamos traducir como principio de la unidad y unicidad del ser, según el cual sólo la divinidad es existente, siendo el mundo un depósito de signos teofánicos.
Si por algo se distingue un derviche es por su adab o forma de estar en el mundo. Quizá no se le reconozca a primera vista, puesto que no tiene interés alguno en llamar la atención ni en figurar; sin embargo, a poco que uno se fije, la exquisitez de sus gestos le delata. Hace unos años, en Istanbul, centro sufí como pocos hay, vi uno de estos gestos que actualmente tengo el placer de ver con frecuencia aquí mismo, en Barcelona: un neyzen o intérprete de ney (la célebre flauta derviche de caña), antes de empezar a tocar, vertió en el interior de su instrumento unas gotas de perfume de rosas, de modo que, al emitir sus sonidos, el ney expandía una fragancia irresistible.
Como bien comentaba Halil Bárcena en una reciente entrada de este mismo blog sufí dedicada al istilâhât o lenguaje técnico del sufismo, la lengua árabe posee una enorme capacidad alusiva que les permite a los sufíes “usar al límite la red de asociaciones morfosintácticas que pueden establecerse entre los diversos términos de una misma raíz árabe”, lo cual supone poder “conferir a las palabras un nuevo sentido adecuado a su experiencia” [1]. En este contexto, Halil Bárcena explicó en cierta ocasión que warda, palabra árabe que significa 'rosa', acoge también la idea de sus capas concéntricas. Curiosamente, warda comparte raíz semántica con wird, que es la práctica de invocación que realiza el derviche a diario. Si ponemos en relación ambos términos puede concluirse que el término wird alude a la invocación entendida como una entrada progresiva en las distintas capas de profundidad del dhikr o recuerdo de Al·lâh. Y es que el neyzen al hacer música, dice su oración. Esta bellísima asociación conmueve por “la conformidad entre la experiencia y la vivencia” [2]. No es una asociación que surja de una abstracción o de una mera especulación, sino de una experiencia de lo indecible, que sólo se atisba a decir llevando las palabras a su límite.