Paradojas del sufismo
Halil Bárcena

El sufismo es un conocimiento perdurable que ilumina nuestra auténtica condición de seres humanos, lo que en verdad somos, nuestra complexión más insondable, el fondo profundo de luz que reposa en nuestro interior, eso que el islam, a través del Corán, denomina fitra (Corán 30, 30) o naturaleza cardinal. De ahí que los sufíes pongan el acento más en el carácter liberador de la comprensión que en la moralidad, conscientes de que ésta es consecuencia directa de aquélla. A veces, un acto considerado como negativo en el plano moral nos puede aproximar al centro de la comprensión, mientras que una buena acción podría, al contrario, alejarnos de dicho centro, enturbiando nuestra visión. He ahí una prueba fehaciente de la lógica paradójica tan característica del sufismo, una lógica que está por encima de la del religioso común, a la que a menudo hace trizas. Lo que es cierto es que ver, objetivo primordial de la senda interior, es para el sufí mucho más que distinguir entre el bien y el mal. Los sufíes siempre han defendido, para escándalo de los doctores de la ley religiosa, que lo que es un buen acto para el hombre piadoso constituye una falta para el sufí, algo al alcance sólo de los espíritus más despiertos.

Al mismo tiempo, empero, el sufismo es una experiencia gustativa de esta misma fitra, que es también norma primordial, o lo que es lo mismo, el estado de armonía entre el hombre, el cosmos y la Realidad última o Dios. Una noción, fitra, que algunos autores sufíes, sobretodo indios, han comparado al dharma universal de los hindúes e incluso al tao chino. La experiencia gustativa del sufismo nos pone en contacto inmediato con la realidad realmente real, la dimensión absoluta de la existencia, que se despliega ante nosotros con todo su esplendor y magnificencia sólo cuando la cacofonía del ego o yo fenoménico ha sido silenciada, dejando de ser el epicentro de nuestro hacer, estar y ser, y el criterio interpretativo de las cosas. Roto el cascarón del individualismo, de nuestro yo monádico y aislado, el ser del sufí es entonces parecido al cosmos. Sólo entonces puede el hombre participar de algo mucho más amplio que su angosto mundo interpretativo. Y es que los límites del mundo se circunscriben al mundo que conocemos. Si el mundo es un gran libro, valga la expresión, la mayoría de hombres no ha pasado de la primera página.

Al mismo tiempo, empero, el sufismo es una experiencia gustativa de esta misma fitra, que es también norma primordial, o lo que es lo mismo, el estado de armonía entre el hombre, el cosmos y la Realidad última o Dios. Una noción, fitra, que algunos autores sufíes, sobretodo indios, han comparado al dharma universal de los hindúes e incluso al tao chino. La experiencia gustativa del sufismo nos pone en contacto inmediato con la realidad realmente real, la dimensión absoluta de la existencia, que se despliega ante nosotros con todo su esplendor y magnificencia sólo cuando la cacofonía del ego o yo fenoménico ha sido silenciada, dejando de ser el epicentro de nuestro hacer, estar y ser, y el criterio interpretativo de las cosas. Roto el cascarón del individualismo, de nuestro yo monádico y aislado, el ser del sufí es entonces parecido al cosmos. Sólo entonces puede el hombre participar de algo mucho más amplio que su angosto mundo interpretativo. Y es que los límites del mundo se circunscriben al mundo que conocemos. Si el mundo es un gran libro, valga la expresión, la mayoría de hombres no ha pasado de la primera página.