sábado, 4 de febrero de 2012

El perfume de la música 'mevleví

El perfume

de la música sufí 'mevleví'



Leili Castella





Si por algo se distingue un derviche es por su adab o forma de estar en el mundo. Quizá no se le reconozca a primera vista, puesto que no tiene interés alguno en llamar la atención ni en figurar; sin embargo, a poco que uno se fije, la exquisitez de sus gestos le delata. Hace unos años, en Istanbul, centro sufí como pocos hay, vi uno de estos gestos que actualmente tengo el placer de ver con frecuencia aquí mismo, en Barcelona: un neyzen o intérprete de ney (la célebre flauta derviche de caña), antes de empezar a tocar, vertió en el interior de su instrumento unas gotas de perfume de rosas, de modo que, al emitir sus sonidos, el ney expandía una fragancia irresistible.


Como bien comentaba Halil Bárcena en una reciente entrada de este mismo blog sufí dedicada al istilâhât o lenguaje técnico del sufismo, la lengua árabe posee una enorme capacidad alusiva que les permite a los sufíes “usar al límite la red de asociaciones morfosintácticas que pueden establecerse entre los diversos términos de una misma raíz árabe”, lo cual supone poder “conferir a las palabras un nuevo sentido adecuado a su experiencia” [1]. En este contexto, Halil Bárcena explicó en cierta ocasión que warda, palabra árabe que significa 'rosa', acoge también la idea de sus capas concéntricas. Curiosamente, warda comparte raíz semántica con wird, que es la práctica de invocación que realiza el derviche a diario. Si ponemos en relación ambos términos puede concluirse que el término wird alude a la invocación entendida como una entrada progresiva en las distintas capas de profundidad del dhikr o recuerdo de Al·lâh. Y es que el neyzen al hacer música, dice su oración. Esta bellísima asociación conmueve por “la conformidad entre la experiencia y la vivencia” [2]. No es una asociación que surja de una abstracción o de una mera especulación, sino de una experiencia de lo indecible, que sólo se atisba a decir llevando las palabras a su límite.





Aún así, para invocarle a Él, forma alusiva como los sufíes se refieren a la divinidad, las palabras son insuficientes, por lo que se hace necesario recurrir a otros lenguajes, como el del perfume o el de la música: ambos tienen en común el ser perfectamente perceptibles y, sin embargo, intangibles, y por ello son vehículos adecuados de lo inefable. Ambos comparten aún otra cualidad: la de despertar el recuerdo. Nada hay que avive más nuestra memoria que el recuerdo de un perfume o de una música. No es de extrañar, pues, que Annemarie Shimmel explique que en la poesía persa, en la que con frecuencia quien (o lo que) conduce hacia el Amado es llamado Jâdir, en alusión al enigmático personaje que en el Corán guía a Moisés [3], se haya referido en alguna ocasión a la fragancia de la rosa como al “ruiseñor de Jâdir” [4]. Y es que el derviche es quien ha comprendido que tanto el perfume como la música son lenguajes del amor. En palabras de Mawlânâ Rûmî (m. 1273): “El amor tiene cien idiomas más. Cuando el perfume del encantador de corazones comienza a volar, todas esas lenguas se quedan mudas. Lo dejaré (me callaré): el Amado ha empezado a hablar, escucha; y Dios sabe mejor el camino correcto” [5].


Notas:
[1] Pablo Beneito, El lenguaje de las alusiones: amor, compasión y belleza en el sufismo de Ibn ‘Arabî, Murcia, Editora Regional de Murcia, 2005, p. 30. Citado en la reciente entrada de este blog 'Istilâhât, la lengua de los sufíes' de Halil Bárcena.
[2] Ibídem.

[3] Corán, 18, 60-82.
[4] Annemarie Shimmel, “A two-colored brocade. The imagery of persian poetry”, Chapel Hill 1992, p. 345, not. 92.
[5] Rûmî, Masnawí, libro III, versos 3840 y ss.

Leili Castella es licenciada en derecho, pianista y rebâbista del grupo 'Ushâq. Coordinadora del Institut d'Estuddis Sufís, dirige la escuela de música 'Baraka, música con alma'.