El espantajo de la alfabetización
Ananda K. Coomaraswamy
(...) Pero el norteamericano medio, que no conoce ningún otro estilo de vida más que el suyo, considera que "iletrado" significa "sin cultura", como si esta mayoría constituyera tan sólo una clase subdesarrollada en el seno de su propio medio. Esta es la razón (existen otras más despreciables que no son ajenas a los intereses "imperialistas") por la que, cuando nos proponemos no sólo explotar sino también educar a "las razas inferiores sin ley [es decir, sin nuestra ley]", les infligimos unas heridas profundas y con frecuencia mortales. Decimos aquí "mortales" más que "fatales", porque precisamente de lo que se trata es de una destrucción de su memoria. Olvidamos que la "educación" no es nunca creadora, sino que es un arma de dos filos, siempre destructora, o bien de la ignorancia, o bien del conocimiento, según que el educador sea sabio o necio. Muy a menudo los necios se precipitan allí donde los ángeles no se atreven a aventurarse.
Para combatir este prejuicio autosatisfecho, intentaremos mostrar que 1º), no hay ninguna relación necesaria entre alfabetización y cultura, y 2º), que imponer nuestra alfabetización (y nuestra "literatura" contemporánea) a un pueblo cultivado pero iletrado equivale a destruir su cultura en nombre de la nuestra. En aras de la brevedad, admitiremos como postulado que la "cultura" implica una cualidad ideal y una perfección de la forma que pueden ser realizadas por todos los hombres, sea cual sea su condición; y puesto que tratamos de la cultura principalmente en cuanto se expresa con palabras, la identificaremos con la "poesía"; no estamos pensando en esa poesía moderna que parlotea a propósito de verdes praderas, o que refleja únicamente un comportamiento social o nuestras reacciones personales ante acontecimientos pasajeros, sino que aludimos a ese género literario que es la literatura profética, que comprende la Biblia, los Vedas, las Eddas, [el Corán, por supuestísimo], las grandes epopeyas y, de modo general, los "mejores libros del mundo", y los más filosóficos, si estamos de acuerdo con Platón en que "la maravilla es el comienzo de la filosofía". Muchos de estos "libros" ya existían mucho tiempo antes de ser transcritos, muchos no lo han sido nunca, y otros se han perdido o se perderán.
(...) Mientras que los que únicamente saben leer y escribir están a menudo muy orgullosos de su instrucción, por débil que sea su valor, únicamente los hombres que "no sólo son instruidos sino también cultos" han reconocido que las "letras" no podían ser en el mejor de los casos más que un medio con miras a un fin, pero nunca un fin en sí: en otras palabras, que "la letra mata".
(Ananda K. Coomaraswamy, ¿Acaso soy el guardián de mi hermano? seguido de El espantajo de la alfabetización, J. J. de Olañeta editor, Palma de Mallorca, 2007, pp. 44-46).