miércoles, 24 de abril de 2013

Despertar, la tarea sufí



Despertar del sueño,
la tarea sufí

Halil Bárcena


La senda del tasawwuf o sufismo islámico ha mostrado durante siglos la tarea, ardua tarea, dolorosa a veces incluso, del despertar. Afirma el profeta Muhammad en uno de sus hadices o aforismos sapienciales más conocidos y caros a los sufíes: “El hombre vive dormido, en un sueño del que sólo despierta cuando muere”. Morir significa aquí (al menos ese es uno de los sentidos posibles) adquirir consciencia de la propia nada ontológica. Quien se vive a sí mismo como nada lo vive a Él ( en árabe), nombre divino esencial, según la espiritualidad sufí, como todo. Al mismo tiempo, morir a sí mismo implica ser consciente, primero, y encarnar, después, la corriente cósmica, valga la expresión, que recorre nuestro cuerpo. Es lo que los maestros sufíes de la tarîqa naqshabandiyya (Ahmad Sirhindí o Shâh Walîyyul·lâh de Delhi, entre otros), nacida en el corazón de Asia central, describieron en sus prolijas exposiciones a propósito de los latâ’if o centros sutiles del organismo, que constituye toda una verdadera fisiología sutil del ser humano.

Abrirse a dicha corriente cósmica, sintonizarse con el universo, digámoslo así, comporta una cierta imprevisibilidad, más allá de todo convencionalismo o forma imperante de pensar. Se trata del lado más desconcertante (¡y loco!) del sufismo, el que se vislumbra cuando la persona transita por derroteros jamás antes vistos, y que, justamente por eso mismo, requiere de la máxima cordura por parte del adepto o murîd. He ahí una de las máximas paradojas de la senda interior. Pero, volviendo a la tarea del sufismo, una de sus mayores preocupaciones ha sido implementar en el mundo impulsos para invertir las formas habituales (y tan precarias) de pensar y ver las cosas. Y esto los sufíes lo han llevado a cabo de forma abierta o bien desde el más anónimo de los anonimatos, según las necesidades y conveniencias de cada momento.