Saber callar a tiempo
Halil Bárcena
El amor no puede callar, es
cierto, pero no todo en la senda interior o tarîqa
puede ser no ya compartido sino siquiera dicho. Ese es uno de los sentidos (hay
más) que rigen el principio sufí de la taqîyya
o kitmân: guardar silencio a
propósito de los secretos espirituales y no referirse a ellos salvo en el
círculo derviche de los iniciados de la senda interior, junto a aquellos
(pocos, muy pocos, casi nadie), dotados del coraje y la lucidez precisos para
afrontar el riesgo de una aventura, tan humana como divina, intrépida y
desconocida: el tawhîd o unidad del
ser. Y es que como
cantaba el romance anónimo del Conde Arnaldos: "Yo no digo mi canción, sino a quien conmigo va".
No es, pues, el sufismo secreto,
o mejor aún, secretista, sino discreto. Y es que abundan hoy los esoteristas de
salón (tal vez debiéramos llamarles esoturistas),
muchos de ellos lectores superficiales de René Guénon, que son secretistas, sí,
pero sin secreto. El principio sufí de la taqîyya
forma parte del adab o educación
derviche que, entre otras cosas, implica saber callar a tiempo. Afirma un célebre
aforismo árabe: “Qul-il-jayr wa il·lâ
fa-skut”, “Proclama el bien o calla”, que a veces se ha traducido aquí de
forma un tanto libre: “Si lo que has de
decir no es mejor que el silencio, calla”. Por otro lado, la taqîyya toma en consideración una suerte
de principio universal, digámoslo así, según el cual goza de un mayor atractivo
lo que se deja entrever que lo que realmente se dice.