Las puertas del zûrhané
Leili Castella
“El término compuesto persa zûrjâné, cuyo significado
literal es 'casa de fuerza', designa al gimnasio tradicional persa, una de las
instituciones más antiguas y singulares del pueblo iranio, que data del período
anterior al islam. El zûrjâné acogía,
y acoge aún, a los adeptos de las llamadas artes del pahlivân, suerte de caballero
espiritual que sintetiza en sí mismo la lucha interior espiritual con el
combate exterior en contra de la injusticia y a favor de los más desvalidos.
Así pues, el así llamado zûrhâné constituye
una suerte de arte marcial persa, llamémoslo así, cuyo espíritu se halla
fuertemente impregnado de valores morales y espirituales tanto shiíes como
sufíes.” Así se refería Halil Bárcena, en un
reciente artículo publicado en este mismo blog [1], a estos lugares singulares y a los gimnastas que a ellos
concurren.
Ningún
gesto que se realiza en un zûrjané es gratuito o baladí. Por
el contrario, el más mínimo ademán que realiza un pahlivân refleja
su vivencia de la dimensión sagrada de la existencia. Parafraseando a Juan
Goytisolo, cabría decir que cada uno de los gestos del caballero espiritual es
expresión de experiencias y formas espirituales profundas. Ni el entrar por la
puerta del zûrjané es ajeno a esta gestualidad espiritualizada: en
efecto, a causa de su origen clandestino de centros de oposición
espiritual al poder imperante, los antiguos zûrhanés solían
agazaparse en callejuelas discretas o en el laberinto de los bazares, a
cubierto de la mirada del público. Exteriormente sólo se diferenciaban de los
edificios contiguos por el tamaño reducido de unas puertas de entrada que
obligaban a quienes las atravesaban a inclinarse, en signo de humildad y
respeto al lugar [2].
Pero
aún hay otro gesto bien significativo que el pahlivân realiza
al traspasar otra puerta, esta vez simbólica, que le conduce a otro
espacio aún más sutil, en el que cuerpo y espíritu se hacen uno.
Como relata el mismo Goytisolo, al bajar al foso circular u octogonal
del zûrhané en el que los atletas realizan sus sesiones
rituales o de entrenamiento, los gimnastas besan las yemas de los dedos de su
mano derecha y rozan con ellas el suelo, en gesto de humilde
reconocimiento del espacio sagrado en el que entran, y como recordatorio
de la naturaleza del ser humano y de la precariedad de su gloria y su riqueza
[3]. Y
es que el caballero espiritual, es conocedor de que no hay fuerza
verídica sin delicadeza, humildad, compasión y humanidad.
Notas:
[1]
Halil Bárcena. 'Zûrjâné', el arte del pahlivân. En http://instituto-sufi.blogspot.com.es/. Ver también el apartado Zûrjané del
mismo blog.
[2]
y [3] Juan Goytisolo. De la Ceca a La Meca, Alfaguara, Madrid, 1997, p. 49 y ss.
Leili Castella es licenciada en derecho y pianista. Rebâbista del grupo musical 'Ushâq, es coordinadora del 'Institut d'Estudis Sufís' y directora de la escuela 'Baraka. Música con alma'.