El significado de la naturaleza
para los sufíes
Halil Bárcena

Desde el punto de vista (mayoritario) del sufismo, el universo no es el escenario de fondo de las acciones humanas, tal como pensaban los primeros teólogos musulmanes (mutakal·limûn), sino que se trata de una realidad simbólica o, lo que es lo mismo, de una trama de símbolos que puede leerse (quien posee actualizada dicha capacidad, por supuesto) como se lee un texto. De hecho, algunos sufíes hablan del Corán del universo. En resumen, todo lo que se despliega ante nosotros son signos, el 'rostro de Al·lâh' (wayh Al·lâh), según el dictum coránico, de ahí que en la naturaleza nada sea inerte. Escribe Mawlânâ Rûmî al inicio del capítulo sexto de su Fîhi-mâ-fîhi: “Esos cielos y esa tierra son palabras para quien comprende”. De aquí se deriva el alto significado que la naturaleza posee para el sufismo, cuya elaborada visión trataremos de resumir en estas líneas. Para el sufí, los fenómenos naturales dejan de ser hechos aislados (o encadenados a la ley de la causalidad, según los filósofos peripatéticos musulmanes) para convertirse en símbolos, de tal modo que la naturaleza se vuelve para él metafísicamente transparente (la expresión es de Seyyed Hossein Nasr). Para la mayoría de perspectivas sufíes, o al menos las más relevantes como son la de Ibn ‘Arabí y su escuela akbariana y Mawlânâ Rûmî y con él todo el sufismo mevleví, el cosmos es concebido como una gran teofanía (tajal·lî) de la verdad divina o Haqq que se renueva a cada instante, según se desprende de su interpretación de algunos pasajes alcoránicos. Todo perece y renace a cada momento, algo que admitían algunos teólogos. En efecto, el cosmos se expande y contrae continuamente. La expansión es fruto del Nafs ar-Rahmân o ‘Hálito del Compasivo’, otra forma de referirse a la substancia fundamental del cosmos, que significa la exteriorización de todas las cosas, según sus propios arquetipos celestiales. La contracción, por su parte, es el retorno de dichas cosas a su origen divino.

Los sufíes afirman, asimismo, que la realidad no es múltiple y dispersa, sino que esencialmente es una y está unificada. Dicha perspectiva sufí se conoce como wahda al-wuyûd, que podríamos traducir por ‘unidad/unicidad transcendente del ser’ y que algunos orientalistas se empeñaron en tildar de panteísmo, algo, por otro lado, que a los propios sufíes les trajo al pairo. ¡Es la manía clasificatoria occidental! Escribe el ya citado Hossein Nasr: “Ésta es la doctrina cardinal que integra la multiplicidad en la unidad y muestra la interrelación de todas las esferas de la realidad”. De ahí que el sufí pueda ver en la naturaleza una determinación de un estado superior del ser y, prosigue Hoseein Nasr: “un campo que no solo vela, sino que también revela las divinas esencias”. La naturaleza deviene, pues, refugio y solaz contra la artificiosidad del mundo creado por el hombre, al tiempo que un auténtico camino para el despertar y la realización de sus potencias humanas (¡y más que humanas!), toda vez que la naturaleza posee, por así decirlo, sus propios métodos espirituales y su propia metafísica, algo que las antiguas civilizaciones ágrafas, como los pieles rojas norteamericanos o los polinesios del Pacífico, sabían de modo natural y espontáneo.