Divinización o endiosamiento
Halil Bárcena

Son muchas las implicaciones de tener un centro, que es haber hecho del espíritu el motor de la existencia. Tener un centro también significa saber manejar las distintas perspectivas desde las cuales es posible mirar la naturaleza real de las cosas, sin caer en la obcecación o la cerrazón, cosa harto habitual, ni ceder a las categorías desde las que habitualmente pensamos. Por supuesto, no hablamos aquí del subjetivismo, algo totalmente alejado de la mirada espiritual que consiste, justamente, no ya en ver desde otro ángulo -esas son las miradas alternativas- sino con otros ojos.
Sirva todo ello para decir que una misma realidad puede tener perspectivas distintas y no contradictorias. Por ejemplo, la realidad humana, la del hombre, puede ser vista desde una doble perspectiva, como bien se recoge en la azora coránica At-tîn (La higuera, 95, 4-5): “Creamos al ser humano en la forma más bella y perfecta y luego lo trasladamos al más bajo de los estadios”. Es decir, somos más de lo que pensamos y mucho menos de lo que nos creemos. Desde el teomorfismo humano, somos mucho más de lo que nos pensamos. El ser humano, designado como jalîfa en el Corán, esto es regente en la tierra y receptáculo de todas las posibilidades divinas, es mucho más que el amasijo de azarosas reacciones químicas al que le reduce cierto pensamiento moderno. Sin embargo, desde esa misma perspectiva teomórfica, que no esconde la animalidad humana, también es posible afirmar que, a pesar de la borrachera de egolatría a la que conduce el humanismo, somos mucho menos de lo que creemos ser y, en ese sentido, no muy distintos del castor o la perdiz. Y es que no es lo mismo divinización, que corresponde a la perspectiva y el método sufíes, que endiosamiento.
Sirva todo ello para decir que una misma realidad puede tener perspectivas distintas y no contradictorias. Por ejemplo, la realidad humana, la del hombre, puede ser vista desde una doble perspectiva, como bien se recoge en la azora coránica At-tîn (La higuera, 95, 4-5): “Creamos al ser humano en la forma más bella y perfecta y luego lo trasladamos al más bajo de los estadios”. Es decir, somos más de lo que pensamos y mucho menos de lo que nos creemos. Desde el teomorfismo humano, somos mucho más de lo que nos pensamos. El ser humano, designado como jalîfa en el Corán, esto es regente en la tierra y receptáculo de todas las posibilidades divinas, es mucho más que el amasijo de azarosas reacciones químicas al que le reduce cierto pensamiento moderno. Sin embargo, desde esa misma perspectiva teomórfica, que no esconde la animalidad humana, también es posible afirmar que, a pesar de la borrachera de egolatría a la que conduce el humanismo, somos mucho menos de lo que creemos ser y, en ese sentido, no muy distintos del castor o la perdiz. Y es que no es lo mismo divinización, que corresponde a la perspectiva y el método sufíes, que endiosamiento.