lunes, 25 de abril de 2011

Luz y sombra


Luces que habitan en la sombra




Halil Bárcena









Toda senda interior seria ha de comenzar forzosamente por una conversión de la mirada (tawba, en el lenguaje técnico del sufismo tradicional), esto es, "una inversión aparentemente negativa de la voluntad", en palabras de Frithjof Schuon. Y es que en la vida espiritual, la actitud negativa o apofática viene en principio antes que el acto afirmativo o catafático. Eso expresa, justamente, la primera parte de la shahâda: "Lâ ilâha il·lâ Al·lâh", no hay más realidad que lo realmente real, verdadera piedra de toque de la espiritualidad islámica y su intuición espiritual fundamental, sin la que no hay sufismo que valga. Dicha conversión de la mirada, que, por descontado, nada sabe de categorías sociológicas, implica, entre otras muchas cosas, modificar nuestra consideracion habitual de la realidad: lo viejo y caduco no puede servir de base a lo nuevo.

Así, algo que es preciso revocar de entrada es la imagen que poseemos tanto de nuestra luz como de nuestra tiniebla. Dicho sin embudos, lo que nos impide ver no son nuestros defectos, la tiniebla, sino justamente lo contrario: nuestras virtudes y capacidades, esto es, lo que aquí simbólicamente denominamos la luz. En efecto, virtudes y capacidades constituyen el principal obstáculo en la senda interior, ya que nos identificamos tanto con ellas que impiden que afloren a la superficie debilidades y defectos, esto es, nuestra sombra; y existe una ley irrevocable en la espiritualidad que afirma que uno sólo transforma lo que conoce.

Pero hay más, nuestra seguridad, y en tanto que seres precarios anhelamos sentirnos seguros al precio que sea, depende de nuestra identificación con nuestra parte luminosa. Sin embargo, la luz sólo es una parte de nosotros; del resto, de la sombra, no queremos ni oír hablar. Y lo paradójico es que ahí, en la sombra justamente, reside la luz que nos puede hacer ver las cosas tal como son. En ese sentido, y no en otro, es en el que Mawlânâ Rûmî (m. 1273) afirma que el dolor es una escuela de vida; y vaya por delante que no se trata aquí de una actitud autopunitiva al estilo de 'cuanto peor, mejor'. Nada más lejos del sufismo clásico que, por ejemplo, ciertas actitudes cristianas que exaltan el dolor como vía purgativa de acceso a lo divino. No, lo que aquí se baraja es algo muy distinto y, al mismo tiempo, mucho más sencillo, aunque nos cueste oírlo. En resumen, lo que Rûmî afirma es que en la senda interior no avanzas por tus virtudes y capacidades, sino gracias a tu propia sombra, a las luces que habitan en ella. Pero abrazar la sombra personal exige mucha honestidad y coraje, al tiempo que no poca lucidez, una implacable lucidez, algo que, por desgracia, no está al alcance de todos.