lunes, 25 de abril de 2011

Una estrella llamada Morente

Estrella Morente,

de la tristeza al arte




Lili Castella








El pasado 8 de febrero, en el marco del Flamenco Festival London 2011, la cantante Estrella Morente se enfrentó al concierto quizá más difícil de su carrera, por ser el primero que ofrecía tras la repentina e inesperada muerte de su padre, Enrique Morente, músico exquisito al que hemos dedicado más de una entrada en este blog. Enrique Morente lo fue todo para su hija; por supuesto, su padre, pero también su maestro de música y de vida, su consejero, su mentor, el productor de sus discos, etc. Decía Estrella de él, en la rueda de prensa previa al concierto: “Él era mi razón de vivir, mi razón de cantar... Lo era todo. Siento cada día la necesidad de verlo, de hablar con él, de consultarle, de abrazarle... Y de repente mi vida se ha convertido en la búsqueda de un camino. En eso estoy, desde la prudencia y la discreción que él me enseñó, pero también desde el riesgo y la emoción”.

Ese día, en Londres, Estrella Morente estaba rota por la tristeza, sí, pero a pesar de ello decidió dar el concierto, que, por cierto, tanto en opinión de los críticos como de los asistentes, resultó ser inolvidable. Un golpe tan contundente como la muerte de un ser querido es una de las más duras pruebas a las que debe enfrentarse el ser human, pero no es la única. Así lo entiende el derviche, quien, yendo aún más allá, considera, de acuerdo con las enseñanzas del Corán, que nuestras vidas no son sino una sucesión constante de pruebas o retos. Sabe el derviche que no hay instante, experiencia o acontecimiento en nuestro existir que no constituya una prueba (ibtilâ'), mediante la cual la Vida -con mayúsculas-, o Él, como se prefiera, invita a reaccionar, a mostrar lo que cada uno lleva dentro.



En su comentario sobre el término coránico ibtilâ' (prueba, reto) [1], Abderramán Mohamed Maanán describe cómo, ante cualquier desafío, sólo caben dos reacciones: la de aquél que, “ignorando a Al·lâh” (kâfir), se ve a sí mismo como centro y actor de todo, o la de aquél otro que, “intuyendo y sabiendo de Al·lâh” (mû'min), es consciente de que en realidad nada posee ni es protagonista de nada. Así, cuando la vida nos colma de favores, el kâfir piensa que se debe al éxito y al mérito propios (sin ver que esta misma consideración es la que le blinda en su endiosamiento, en su arrogancia y en su egoísmo), mientras que el mû'min, sabiendo que nada le pertenece y que no hay nada que no sea puro don de la divinidad, no siente sino agradecimiento. Igualmente, ante momentos de infortunio, el kâfir se desprecia a sí mismo y se considera inferior, oprimido y víctima de unas circunstancias de las que huirá o negará a costa de lo que sea, mientras que la reacción del mû'min será “de paciencia y perseverancia, pues sabe que los avatares vienen de Al·lâh –de la Verdad profunda que late en los acontecimientos y conjuga lo inmedible- para hacer aflorar lo que haya en el hombre”.

Si ante una misma circunstancia caben dos reacciones, quizá quepa pensar que el quid de la cuestión no radica tanto en las circunstancias, como en nuestra reacción ante ellas. Y es que seguramente el derviche, o el mû'min, es quien ha realizado que la verdadera prueba es comprender que bajo los aparentemente pares de opuestos (la alegría y la tristeza, la fortuna o el infortunio, etc.), o quizás mejor dicho, en ellos mismos, late una única verdad, que es “Lâ ilâha il.lâ Al·lâh”, esto es, que no hay nada que acontezca que no sea expresión de Él. Quien esto ha entendido, no necesita huir ni protegerse de nada, sino que, por el contrario, todo lo integra en la única y rica trama de la existencia.




Si algo hay que nos confronte tanto a la pequeñez e insignificancia de nuestras pretensiones como al misterio e inmensidad de todo cuanto existe y somos, es la muerte. Ante ella cabe la negación y la huída, o por el contrario, como hizo Estrella Morente al afrontar su concierto, acogerla e integrarla, a tal punto, que la cantante dirá: “¿Y los recitales? Son un lamento directo desde el alma”. Quien es capaz de acoger e integrar todos y cada uno de los retos y pruebas que se presentan, con el dolor y el miedo que ello a veces comporta, empieza a tener pequeños vislumbres de esta única trama sutil que todo lo relaciona, y no puede por menos que dar testimonio de ello a través de lo que es y de lo que hace. A esto seguramente se refería Enrique Morente cuando su hija explicó en la citada rueda de prensa previa al concierto que “mi padre me enseñó a transformar la tristeza en arte”. Aunque el verdadero reto, el reto esencial y único que, si se asume, transforma probablemente la vida de un ser humano en una verdadera obra de arte, lo lanza Mawlânâ Rûmî (m. 1273) cuando, con claridad deslumbrante, dice: “El mundo entero es Él, ¿pero dónde está quien sepa ver?”.


Notas:

[1] Las citas coránicas pertenecen a Abderramán Mohamed Maanán, El Corán, (capítulos 83 al 89), Sevilla, Zawiya, 2002, p. 116 y ss.

Aquí Estrella Morente junto a su padre, Enrique, por colombianas:



Y aquí, la 'estrella' en solitario:



Lili Castella es licenciada en derecho y pianista. Rebabista del grupo 'Ushâq, es coordinadora de las actividades del Institut d'Estudis Sufís.