domingo, 5 de mayo de 2013

Damasco, paraíso de Oriente

Damasco, 
paraíso de Oriente

Halil Bárcena




Damsaco, la bella Shâm que visitamos hoy, no es, evidentemente, la ciudad que admiró en el siglo XII el valenciano Ibn Yubayr (1145-1217), poeta versado en las ciencias islámicas y el sufismo. Pero, a pesar del paso del tiempo y los estragos que la introducción de la civilización moderna ha causado en el siglo XX en fisonomía de la villa y la vida de los damascenos, Damasco siempre será Damasco. Y esa Damasco inmarchitable, escenario donde Ibn 'Arabî, Abd al-Ganí al-Nabulusí, Shams-e Tabrîzî y Mawlânâ Rûmî, entre otros muchos, escribieron algunos de los episodios más sublimes del sufismo; esa Damasco, digo, que no necesita primavera alguna, sobre todo si ésta se presenta con el pérfido disfraz del más gélido invierno; esa Damasco, que tanto nos cautivó en su día, como le sucediera a Ibn Yubayr siglos atrás, permanecerá por siempre en nuestro corazón, a pesar de todo. Pero, dejemos que el viajero valenciano hable por sí mismo:

«En cuanto a Damasco, es el paraíso de Oriente, el horizonte donde se alza su resplandeciente luz, […] la joven esposa entre todas las ciudades cuyo velo hemos levantado; está engalanada con plantas de flores perfumadas, y surge bajo el atavío sedoso de sus huertos y jardines. […] La ciudad es tan gloriosa que Al·lâh hizo residir allí al Mesías y a su madre. [...] Su suelo está tan ahíto de la abundancia de sus aguas que le gustaría tener sed. [...] Los vergeles forman alrededor de ella un círculo parecido al halo que rodea la luna, la encierran como el cáliz hace con la flor. […] ¡Cuánta razón han tenido quienes han dicho con respecto a ella: “Si el paraíso está en la tierra, es sin duda Damasco; si está en el cielo, esta ciudad le disputa la gloria e iguala sus bellezas”!». 

(Ibn Yubayr, A través del Oriente. El siglo XII ante los ojos. Rihla,  Ediciones del Serbal, Barcelona, p. 305).