domingo, 5 de mayo de 2013

Burckhardt, ser conservador

Burckhardt, ser conservador

Halil Bárcena






Nacido en Florencia, en el seno de una familia patricia protestante procedente de Suiza, Titus Burckhardt (1908-1984), hijo del escultor Carl Burckhardt y sobrino-nieto del historiador Jacob Burckhardt, es uno de los representantes más destacados de la philosophia perennis y el pensamiento tradicional del siglo XX. Burckhardt es conocido, especialmente, por sus estudios sobre los principios y métodos del arte sagrado y tradicional (su libro acerca del arte del islam es un clásico), pero no menos importantes son sus escritos sobre simbología, cosmología (recuérdese su obra acerca de la clave espiritual de la astrología de Ibn 'Arabî), la crítica del mundo moderno y el islam, en general, fe ésta a la que se convirtió, iniciándose posteriormente en el sufismo 'alawwî. Amigo íntimo de Frithjof Schuon y Seyyed Hossein Nasr, Burckhardt residió durante un tiempo en Marruecos, siendo comisionado por la UNESCO, el 1972, para la conservación del patrimonio artístico de la ciudad de Fez. 

El texto que presentamos a continuación forma parte del capítulo 'Ser conservador', correspondiente a uno de los libros más sobresalientes de Burckhardt, Espejo del intelecto (J. J. de Olañeta editor, Palma de Mallorca, 2000, pp. 33-45). Más allá de toda connotación política, el autor busca las raíces y la razón de ser de la actitud conservadora en el terreno de los principios espirituales inmutables. De hecho, toda su obra es una invitación a 'ser conservador' en un mundo como el nuestro que desprecia todo cuanto tiene que ver con la tradición y lo tradicional. 

Escribe Burckhardt: "El conservador lúcido e inteligente está solo en medio de una multi­tud delirante, es el único que permanece despierto en medio de un pueblo de sonámbulos que toman su sueño por la realidad. Sabe, por experiencia y por discerni­miento, que el hombre, a pesar de su obsesión por el cambio, sigue siendo el mismo, para lo mejor y para lo peor. Las preguntas fundamentales que plantea la con­dición humana siguen siendo las mismas; las respuestas a estas preguntas son conocidas desde la noche de los tiempos, y, en la medida en que el lenguaje humano puede expresarlas, han sido transmitidas, desde siem­pre, al hilo de las generaciones. Este legado precioso es lo que importa ante todo al conservador lúcido e inte­ligente.


Dado que en nuestros días casi todas las formas de vida tradicional han sido destruidas, el conservador no tiene sino raramente la ocasión de tomar parte en una tarea que posea, por su significado y su utilidad, un valor universal. Pero toda medalla tiene su reverso: la desaparición de las formas tradicionales nos pone a prue­ba y nos obliga a dar muestras de discernimiento. En cuanto a la confusión que reina a nuestro alrededor en el mundo, nos impone dejar de lado todos los accidentes para volvernos resueltamente hacia lo esencial".