'Dhikr', 'encantación' sufí
Halil Bárcena
Toda la metodología
espiritual del sufismo podría resumirse en una sola palabra: dhikr, que
quiere decir, antes que nada, el acto de (re)cordar, esto es, de reconducir
algo de nuevo al cordis o corazón. Todo en el sufismo es memoria, nos
recuerdan -¡y nunca mejor dicho!- los propios sufíes. La vida se vive hacia
delante, pero se comprende hacia atrás. Los espirituales sufíes son, así pues,
hombres y mujeres que recuerdan lo que realmente son, que han tomado
consciencia clara de su nada ontológica, que se saben alejados de la unidad
primordial y anhelan retornar a ella. La idea del retorno -lo hemos visto ya al
explicar las estaciones espirituales: tawba, la primera de ellas-
recorre toda la literatura sufí, sobre todo la de ascendencia persa. De hecho,
la primera estación espiritual o maqâm que
recorre el derviche es, justamente, tawba,
cuyo significado profundo es ‘retorno’, como nos recuerda Ibn ‘Arabí, más
que no arrepentimiento, que es como se suele traducir de forma un tanto
precipitada; tawba o experiencia del
retorno que aparece aquilatada en la fórmula astagfirul·lâh.
De hecho, una de las
características formales del propio Corán es la gran cantidad de fórmulas
concisas que contiene, todas ellas de gran sonoridad rítmica, que se prestan a
eso que el metafísico francés René Guénon (1886-1951) denominaba encantación. Afirma el gran metafísico
francés: “La ‘encantación’ no es una
petición e incluso no supone la existencia de alguna cosa exterior (lo que
forzosamente supone cualquier petición), ya que la exterioridad no puede
comprenderse sino en relación con el individuo, que precisamente en este caso
se trata de superar; la ‘encantación’ es una aspiración del ser hacia lo
Universal, a fin de obtener lo que podríamos llamar una gracia espiritual; es
decir, en el fondo, una iluminación interior. El ser, en lugar de buscar que la
acción de la influencia espiritual descienda sobre él como lo hace en el caso
de la oración, tiende, por el contrario, a elevarse hacia ella. Esta
encantación, que se define de esta forma como una operación en principio
completamente interior, puede, sin embargo,
en gran número de casos, expresarse y buscar soporte en el exterior con
palabras o gestos, que constituyen algunos ritos iniciáticos, tales como el
mantra en la tradición hindú o el dhikr
en la tradición islámica, y que deben considerarse como determinando
vibraciones rítmicas que tienen una repercusión a través de un dominio más o
menos extenso en la serie indefinida de los estados del ser” (Apercepciones sobre la iniciación, Sanz
y Torres, Madrid, 2006, p. 218 y ss.).
Sea como fuere, y más allá
de cualquier otra consideración, el dhikr
constituye una suerte de remedio al estado de descentramiento y dispersión,
de agitación y culto agotador a falsos ídolos, tan propio del hombre normal y
vulgarizado. Leemos en el Corán: “¿Acaso
no es mediante el recuerdo de Al·lâh [dhikru-l·lâh] con lo que se pacifican los corazones” (Corán 13, 28).