miércoles, 17 de abril de 2013

'Dhikr', la 'encantación'



'Dhikr', 'encantación' sufí

Halil Bárcena



Toda la metodología espiritual del sufismo podría resumirse en una sola palabra: dhikr, que quiere decir, antes que nada, el acto de (re)cordar, esto es, de reconducir algo de nuevo al cordis o corazón. Todo en el sufismo es memoria, nos recuerdan -¡y nunca mejor dicho!- los propios sufíes. La vida se vive hacia delante, pero se comprende hacia atrás. Los espirituales sufíes son, así pues, hombres y mujeres que recuerdan lo que realmente son, que han tomado consciencia clara de su nada ontológica, que se saben alejados de la unidad primordial y anhelan retornar a ella. La idea del retorno -lo hemos visto ya al explicar las estaciones espirituales: tawba, la primera de ellas- recorre toda la literatura sufí, sobre todo la de ascendencia persa. De hecho, la primera estación espiritual o maqâm que recorre el derviche es, justamente, tawba, cuyo significado profundo es ‘retorno’, como nos recuerda Ibn ‘Arabí, más que no arrepentimiento, que es como se suele traducir de forma un tanto precipitada; tawba o experiencia del retorno que aparece aquilatada en la fórmula astagfirul·lâh.

De hecho, una de las características formales del propio Corán es la gran cantidad de fórmulas concisas que contiene, todas ellas de gran sonoridad rítmica, que se prestan a eso que el metafísico francés René Guénon (1886-1951) denominaba encantación. Afirma el gran metafísico francés: “La ‘encantación’ no es una petición e incluso no supone la existencia de alguna cosa exterior (lo que forzosamente supone cualquier petición), ya que la exterioridad no puede comprenderse sino en relación con el individuo, que precisamente en este caso se trata de superar; la ‘encantación’ es una aspiración del ser hacia lo Universal, a fin de obtener lo que podríamos llamar una gracia espiritual; es decir, en el fondo, una iluminación interior. El ser, en lugar de buscar que la acción de la influencia espiritual descienda sobre él como lo hace en el caso de la oración, tiende, por el contrario, a elevarse hacia ella. Esta encantación, que se define de esta forma como una operación en principio completamente interior, puede, sin embargo,  en gran número de casos, expresarse y buscar soporte en el exterior con palabras o gestos, que constituyen algunos ritos iniciáticos, tales como el mantra en la tradición hindú o el dhikr en la tradición islámica, y que deben considerarse como determinando vibraciones rítmicas que tienen una repercusión a través de un dominio más o menos extenso en la serie indefinida de los estados del ser” (Apercepciones sobre la iniciación, Sanz y Torres, Madrid, 2006, p. 218 y ss.).

Sea como fuere, y más allá de cualquier otra consideración, el dhikr constituye una suerte de remedio al estado de descentramiento y dispersión, de agitación y culto agotador a falsos ídolos, tan propio del hombre normal y vulgarizado. Leemos en el Corán: “¿Acaso no es mediante el recuerdo de Al·lâh [dhikru-l·lâh] con lo que se pacifican los corazones” (Corán 13, 28).