Futuwwa,
nobleza del alma
Halil Bárcena
Pocas imágenes son tan evocadoras y llamativas como la del caballero
espiritual, fatà, el siempre joven en
el léxico sufí, sobre todo en un mundo tan poco caballeresco y caballeroso como
el que nos ha tocado en suerte vivir, heredero de una modernidad que le dio la
espalda a la tradición tiempo atrás y cuyas consecuencias trágicas venimos pagando
en los últimos lustros. Nacida en el sí del sufismo, la futuwwa (yavânmard en
persa), la llamada caballería
espiritual sufí, otorgó forma y estructura a los gremios y hermandades de oficios,
sobre todo en los ámbitos turco y persa. La futuwwa,
como afirma el islamólogo Henry Corbin, “impregnó
todas las actividades de la vida con un sentimiento de servicio caballeresco
que implicaba comportamiento ritual, iniciación, grado, pacto de fraternidad,
secreto, etc.”.
El ideal de vida caballeresco, con todo lo que encierra de virtudes
varoniles y culto a la belleza, encarnada fundamentalmente en la mujer, halló
en el seno del islam, según apunta Titus Burckhardt, un desarrollo mucho más
importante que en ninguna otra tradición religiosa, en buena medida dada la
relación histórica existente entre el carácter combativo y nada acomodaticio tan
propio del islam y el oficio guerrero, valga la expresión, del caballero o fatà.
El sufismo interiorizó dicha figura del fatà tomándola como epítome de las cualidades tanto intrínsecas
como extrínsecas del derviche, de tal modo que éste pasó a representar la
figura por antonomasia del combate espiritual que se llevaba a cabo en el campo
de batalla del propio sí mismo frente al acecho del dragón interior, figura
simbólica que representaba ya en la antigua mitología persa a los impulsos
egóticos y egoístas del ser humano, eso que los sufíes denominan nafs ammâra. Dos son los antecedentes preislámicos
más antiguos del fatà sufí: por un
lado, el caballero árabe del desierto y, por otro, el javânmard o caballero persa de las viejas epopeyas de los reyes mazdeos.
Todo ello fructificó en el adab o educación sufí, que es el sello inconfundible de la mística
islámica, caracterizada ésta, primeramente, por la dignidad varonil del
guerrero, pero también por un estilo de vida refinado (aunque sin lujos) y una especial
sensibilidad tanto para los valores éticos como para la belleza, encarnada
especialmente en la mujer, como ya hemos apuntado, lo cual desembocó en el amor
caballeresco loado en la poesía sufí. De tal modo que ante el derviche, en
tanto que fatà, no nos hallamos con
la manida estampa del guerrero aguerrido caracterizada por una hombría ruda, sino
ante un ser de luz, refinado en su fortaleza, que ha hecho de la nobleza del
alma, verdadero lema de la futuwwa, su
estilo de vida; nobleza del alma que abarca las tres virtudes caballerescas del
sacrificio, la generosidad y la magnanimidad, y que todas ellas podrían resumirse
en una sola palabra: amor.