miércoles, 13 de febrero de 2013

'Futuwwa', nobleza del alma


Futuwwa, 
nobleza del alma

Halil Bárcena


Pocas imágenes son tan evocadoras y llamativas como la del caballero espiritual, fatà, el siempre joven en el léxico sufí, sobre todo en un mundo tan poco caballeresco y caballeroso como el que nos ha tocado en suerte vivir, heredero de una modernidad que le dio la espalda a la tradición tiempo atrás y cuyas consecuencias trágicas venimos pagando en los últimos lustros. Nacida en el sí del sufismo, la futuwwa (yavânmard en persa), la llamada caballería espiritual sufí, otorgó forma y estructura a los gremios y hermandades de oficios, sobre todo en los ámbitos turco y persa. La futuwwa, como afirma el islamólogo Henry Corbin, “impregnó todas las actividades de la vida con un sentimiento de servicio caballeresco que implicaba comportamiento ritual, iniciación, grado, pacto de fraternidad, secreto, etc.”.

El ideal de vida caballeresco, con todo lo que encierra de virtudes varoniles y culto a la belleza, encarnada fundamentalmente en la mujer, halló en el seno del islam, según apunta Titus Burckhardt, un desarrollo mucho más importante que en ninguna otra tradición religiosa, en buena medida dada la relación histórica existente entre el carácter combativo y nada acomodaticio tan propio del islam y el oficio guerrero, valga la expresión, del caballero o fatà.

El sufismo interiorizó dicha figura del fatà tomándola como epítome de las cualidades tanto intrínsecas como extrínsecas del derviche, de tal modo que éste pasó a representar la figura por antonomasia del combate espiritual que se llevaba a cabo en el campo de batalla del propio sí mismo frente al acecho del dragón interior, figura simbólica que representaba ya en la antigua mitología persa a los impulsos egóticos y egoístas del ser humano, eso que los sufíes denominan nafs ammâra. Dos son los antecedentes preislámicos más antiguos del fatà sufí: por un lado, el caballero árabe del desierto y, por otro, el javânmard o caballero persa de las viejas epopeyas de los reyes mazdeos.




Todo ello fructificó en el adab o educación sufí, que es el sello inconfundible de la mística islámica, caracterizada ésta, primeramente, por la dignidad varonil del guerrero, pero también por un estilo de vida refinado (aunque sin lujos) y una especial sensibilidad tanto para los valores éticos como para la belleza, encarnada especialmente en la mujer, como ya hemos apuntado, lo cual desembocó en el amor caballeresco loado en la poesía sufí. De tal modo que ante el derviche, en tanto que fatà, no nos hallamos con la manida estampa del guerrero aguerrido caracterizada por una hombría ruda, sino ante un ser de luz, refinado en su fortaleza, que ha hecho de la nobleza del alma, verdadero lema de la futuwwa, su estilo de vida; nobleza del alma que abarca las tres virtudes caballerescas del sacrificio, la generosidad y la magnanimidad, y que todas ellas podrían resumirse en una sola palabra: amor.