Todo es adab
Halil Bárcena
Kul·lu-t-tasawwuf adab, todo el sufismo es adab, reza en árabe un viejo adagio sufí. Todo el
sufismo es cortesía, delicadeza, educación. Hay un adab para cada cosa y
cada momento; un adab para cada acción. Para el sufí, un acto sin adab es en balde. Hay un adab para el ney, la flauta derviche de caña; un adab para el saludo, un adab del silencio, un adab del vestir, un adab para entrar y sentarse en el círculo derviche (halqa); hay un adab, en definitiva, para todo el ser, estar y hacer
del ser humano. Todo el sufismo es adab, pero es, justamente, el adab lo
único que, como la humildad, no se puede enseñar (ni aprender), pues el adab, como la humildad (o la generosidad), es maestro de sí mismo: se aprende practicándolo. He ahí la
dificultad del sufismo, más aún para nuestros contemporáneos occidentales, anémicos por lo que hace a la educación y las buenas maneras. He ahí la dificultad del sufismo, para un mundo moderno tan poco caballeresco y caballeroso, pues eso es también el adab, caballerosidad o nobleza del alma, característica de la futuwwa, la caballería espiritual sufí. Todo el sufismo es adab; el resto son cuentos, formas cultas, espirituales, alternativas, guays (como dicen algunos, para quienes lo espiritual es un continente perdido) de perder el tiempo. Adab, yâ Hû (Edep, yâ Hû en turco), exclaman los derviches mevlevíes. Y es que nadie mejor que los discípulos y amantes de la senda trazada por Mawlânâ Rûmî (m. 1273) han cultivado la educación espiritual, la sensibilidad, las buenas maneras, en una palabra, el adab.