No solo de pan vive el hombre
Halil Bárcena
No hay tránsito posible a través de la senda sufí sin que previamente nos
hallamos formulado un par de preguntas capitales, presentes en toda tradición espiritual
ortodoxa: qué somos y cuál es nuestro propósito aquí. Es cierto que si no
comemos morimos, pero la lucha por comer, esto es, la supervivencia, en modo
alguno justifica nuestra existencia. Por consiguiente, reducir el vivir a
sobrevivir lejos de humanizarnos nos animaliza más y más, igual que cuando
reducimos la sexualidad a la mera procreación. Los animales utilizan la comida
solo para alimentarse, del mismo modo que emplean el sexo nada más que para
reproducirse. El hombre, sin embargo, ha generado el erotismo y la gastronomía,
que aun basándose en necesidades biológicas las trascienden
espiritualizándolas. Y dicho proceso de espiritualización, en el sentido de que
va más allá de la pura materialidad, es lo que en verdad nos humaniza.
Podríamos decir, pues, que no solo de pan vive el hombre, como reza el dicho
evangélico. Y es que hay hambres que no satisface el pan. Pues bien, ese hambre
otro que ningún pan material sacia es la fuerza que nos impulsa a la indagación
espiritual. No hay senda sufí que valga sin hambre de espíritu. Mawlânâ Rûmî
(m. 1273), maestro de derviches, les instaba a los suyos a tener sed más que a
preocuparse por hallar agua, lo cual viene a ser lo mismo. El sufismo no es
para los satisfechos, ni tampoco para los saciados, sino para quien tiene
hambre, hambre real de conocimiento, hambre de espíritu.