jueves, 26 de abril de 2012

Libros: Chemin de La Mecque


Muhammad Asad, 

un viaje al corazón del Islam


Leili Castella




Si el agua de un estanque no se mueve, se vuelve lodo y fétida, pero si corre, se vuelve clara: lo mismo le ocurre al hombre al viajar”. Éste parece haber sido el lema vital de Muhammad Asad, nacido bajo el nombre de Leopold Weiss en julio de 1900 en Lemberg, en el Imperio austrohúngaro (la actual Lviv, Ucrania) y muerto en 1992, en Mijas (España).

Una simple mirada a alguna de las etapas más relevantes de su biografía revelan el destino fabuloso de este hombre singular: modesto periodista judío que prefirió el estilo de vida de los árabes a los ideales sionistas, Leopold Weiss descubrió gradualmente el islam al que se acabó convirtiendo, adoptando el nombre de Muhammad Asad. Huésped de Abd al-Azîz Ibn Saûd, rey de Arabia, Asad pasó seis años en el corazón de este país, viviendo con y como los beduinos del desierto, llegando incluso a realizar algunas misiones secretas para el soberano wahabí. Partió posteriormente hacia la India, donde trabó estrecha amistad con Muhammad Iqbal, poeta, filósofo y guía de la élite intelectual que consiguió crear el actual estado de Pakistán, país en la fundación del cual Asad participó activamente, y del que fue uno de sus más altos funcionarios, hasta el punto de ser su delegado ante las Naciones Unidas, en Nueva York, con rango de ministro. Fueron precisamente el interés y la curiosidad que su personalidad y destino únicos suscitaron entre las gentes que conoció en la ciudad de los rascacielos, los que le empujaron a escribir, a mediados de los años 50, Le Chemin de La Mecque [1], apasionante relato autobiográfico de sus decisivos 32 primeros años de vida.


Chemin de La Mecque (existe traducción al castellano en la editorial Walaya, Granada, 1984) es la historia de un viaje, geográfico, sí, pero sobre todo espiritual. Relata el reto de franquear “un abismo entre dos mundos distintos, un puente tan largo que había que alcanzar el punto de no retorno antes de que la otra extremidad se hiciera visible” (2). Y es que Asad sabía que abrazar el islam suponía cortarse a sí mismo del mundo en el que había crecido. Y esto es lo que sucedió, al enamorarse primero de los árabes y de su modo de vida, y después, de su fe. Notó Asad que “un soplo humano cálido parecía emanar de la sangre de estas gentes y penetrar sus pensamientos y sus gestos sin estas penosas divisiones del espíritu o estos espectros de miedo, avidez e inhibición que volvían la vida europea tan fea y poco prometedora. Entre los árabes empecé a encontrar algo que inconscientemente siempre había buscado: una ligereza emocional en la aproximación a todas las cuestiones de la vida, un supremo sentido común en los sentimientos…una coherencia orgánica entre el espíritu y los sentido” (3). Advirtió pronto Asad que lo que en gran parte conformaba la esencia de aquellas gentes era su experiencia del desierto y de su vacuidad. Escribió Asad: “Hay ciertamente paisajes más bellos, pero ninguno puede labrar el espíritu humano de forma tan potente (…) El desierto, que es desnudez y limpieza, ignora cualquier subterfugio. Barre del corazón del hombre todas las amables fantasías que podrían servir de atavío a los deseos tomados por realidades y le confiere la libertad de abandonarse a un Absoluto sin imágenes” (4). Su conversión al islam se produjo casi por contagio, por “in-vivencia”, a tal punto que en una ocasión un amigo, al escucharlo, exclamó: “¡Pero si usted es musulmán sin saberlo!”

Sin embargo, sus largos años de convivencia con los beduinos de Arabia central y oriental le aportaron algo aún más importante: familiarizarse con el idioma árabe más próximo al de cuando el Corán estaba siendo revelado. A tal punto que Asad llegó a hacer suya toda la estructura de símbolos que expresan el espíritu y el sentimiento particular por la vida de un pueblo de mentalidad tan radicalmente distinta a la occidental. Asad comprendió así lo que hace al Corán fundamentalmente distinto a las demás escrituras sagradas: “su insistencia en la razón como vía válida hacia la fe, así como su énfasis en la inseparabilidad de las esferas espiritual y física (y también por lo tanto, la social) de la existencia humana” (5).


Fruto de este profundo conocimiento que poseía Asad es su impagable traducción comentada del Corán, la primera, quizá, que no surgió de una mera erudición adquirida mediante estudios académicos, es decir, de los libros. Como el mismo Asad explica en el prefacio de su traducción o tafsîr, un acercamiento meramente erudito al texto sagrado sólo consigue transmitir su cáscara externa, porque no se ha dado “esta comunión intangible con el espíritu del lenguaje que sólo puede lograrse viviendo con él y en él” (6). Y esto es precisamente lo que Muhammad Asad, en su apasionante viaje al corazón del islam, consiguió.

Notas: 
(1) Muhammad Asad, Chemin de Mecque (Fayard, 2004)
(2), (3) y (4), pp. 282, 96 y 135, respectivamente, de Chemin de Mecque
(5) Traducción del árabe y comentarios a cargo de Muhammad Asad, El Mensaje del Qur’an, Junta Islámica, Almodóvar del Río2001, p. iii.
(6) Ibídem, p. iv.

Leili Castella es licenciada en derecho y pianista. Rebâbista del grupo 'Ushâq, es coordinadora del Institut d'Estudis Sufís y directora de la escuela de música 'Baraka, música con alma'.