lunes, 28 de noviembre de 2011

Sufismo, centro y origen



Sufismo, centro y origen


Halil Bárcena






Centro (wasat) y origen (asl) constituyen dos de las ideas fundamentales que dominan toda la cosmovisión sufí, al tiempo que comportan un modo de existencia específico. Dos son los sentidos posibles, al menos los que ahora y aquí deseamos subrayar, que posee la idea de centro. Para el sufí, todo en el mundo espacial en el que vivimos adquiere valor en la medida que se vincula a un centro -sagrado por definición y, por ende, rebosante de báraka, esto es, de gracia y fuerza vital- que es el lugar privilegiado en el que “el cielo ha tocado la tierra”, en feliz expresión de Frithjof Schuon. De hecho, toda tradición espiritual tradicional vive vinculada a un centro sagrado, del que se nutre en la medida que aún permanece operativo. Igualmente, la tarea del sufí consiste en ‘tener un centro’, fórmula acuñada también por Schuon, maestro sufí y máximo representante en nuestro tiempo, sin duda, de la llamada sophia perennis. A diferencia del hombre moderno, vulgarizado por la atroz desacralización del mundo y escindido en múltiples centros de interés pero carente de centro, el sufí es el hombre centrado por antonomasia, quien sabe distinguir entre lo realmente verdadero y lo ilusorio, entre Al·lâh y el mundo, por emplear un lenguaje más tradicional.

El origen (asl), por su parte, alude, en primer lugar, a un momento intemporal y transhistórico en el que el hombre, las almas más precisamente, vivía aún en la unidad divina perfecta, siendo uno con Al·lâh. A dicho instante Mawlânâ Rûmî le llamó el ‘Día de Alast’, en referencia a la aleya coránica (7, 172) en la que Al·lâh les habla en estos términos a los hombres, antes de haber sido lanzados al mundo para vivir como tal la experiencia humana y terrenal concreta: “¿Acaso no soy yo vuestro Señor?”. De hecho, ese es el origen simbólico, aunque perfectamente real, del ser humano, cuya esencia teomórfica responde a dicho origen en lo divino. “Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor”, reza la famosa fórmula acuñada por el profeta Muhammad (aunque atribuida por algunas fuentes a su primo y yerno ‘Alí, paladín de los derviches), una de las bases sapienciales del sufismo.




Del mismo modo, la idea de origen en el sufismo hace referencia al instante histórico preciso en el que el cielo les habló a los hombres, valga la expresión, a través de una figura profética o bien a través de la inspiración de los awliyâ’, sus amigos íntimos, esto es, los grandes maestros de la senda interior sufí. Dicho sentido histórico de la idea de origen se refiere, pues, a un instante privilegiado en el que el cielo pareciera estar más cercano a la tierra, siendo tanto los seres como las cosas terrenas semicelestiales.


En el sufismo, centro (wasat) y origen (asl) se conjugan a la perfección. Así pues, tener un centro (wasat) es vivir en la presencia ininterrumpida de Él y, por consiguiente, permanecer vinculado al propio origen en Él. Igualmente, y citando a Schuon una vez más, “ser conforme a la tradición es permanecer fiel al origen y, por este mismo motivo, situarse en el centro”.