lunes, 25 de octubre de 2010

Tres tazas de café


Las tres tazas de café



Halil Bárcena








El café, una de las bebidas estimulantes más consumidas en el mundo, tras el té, está íntimamente ligado a la historia del sufismo. Sus orígenes orientales y posterior difusión universal están rodeados de magníficas leyendas. Una de ellas tiene que ver con su fortuito descubridor, Jaldi, un pastor yemení (algunos lo sitúan en Etiopía) que un día observó por casualidad el efecto tonificante de unos pequeños frutos rojos de arbusto, el café, en las cabras que cuidaba. Al parecer, prosigue la leyenda, Jaldi llevó unas muestras de hojas y de frutos de aquella planta a un monasterio, donde los monjes, por curiosidad, las cocinaron. Pero, al probar el resultado, lo encontraron de sabor tan repugnante que acabaron por arrojar a la hoguera lo que quedaba en el recipiente, de tal manera que a medida que se quemaban los granos, despedían un agradable aroma. Fue así como a uno de los monjes se le ocurrió la idea de preparar aquella bebida a base de granos tostados.


Más allá de los relatos legendarios, la primera evidencia creíble del consumo de café aparece hacia mediados
siglo XV y, justamente, en las jânaqas, los centros de reunión de los sufíes de Yemen, al sur de la península arábiga. Desde allí, el café se extendería a Italia y, más tarde, al resto de Europa, a la actual Indonsia, gracias a los marineros árabes, y al continente americano.


Se considera que los árabes comenzaron a ingerir café como tal en el
siglo XV. Sin embargo, a principios del siglo XVI, fue prohibido ya que se consideraba que contravenía los principios alcoránicos, dado que, curiosamente, se identificaba el café con el vino. Y es que los árabes conocían el café con el mismo nombre genérico, qahwa, que utilizaban para designar el vino. Con todo, la prohibición, levantada más tarde, no impidió que su consumo aumentara vertiginosamente por todo el mundo árabe, llegando hasta la actual Turquía, donde su nombre se transformaría en kahvé, de donde provendría nuestro café.


El gusto de los sufíes por el consumo de café tenía que ver con sus prácticas, algunas de ellas realizadas de noche, e incluso bien entrada la madrugada, o bien al rayar del alba. Así, la ingesta de café les permitía mantener sin dificultad un estado despierto y de alerta. El café, así pues, ha sido desde siempre una bebida de fuerte arraigo sufí, que ha sido loado por poetas y cantores. Uno de los versos de corte épico más conocidos en el oriente islámico, versos de autoría anónima, dicen así:

"El ofrecimiento del primer café es un deber hacia el huésped.
El segundo café está ligado al placer.
Y si llegara a servirse el tercero, la espada será el remedio"

El significado de los versos tiene que ver, sin duda, con los códigos de hospitalidad, tan importantes en la tradición del islam, asumidos también por algunos círculos sufíes, a manera de alianza o compromiso espiritual. Así, el primer café que ofrece el anfitrión es para honrar al huésped, esto es, por mera cortesía. El segundo café es señal de que los reunidos empiezan a disfrutar de la conversación. Y, si llegara el caso, el tercero vendría a significar que se ha llegado a tal grado de amistosa intimidad que ambos se comprometen a defenderse y protegerse mutuamente mediante la espada.

En resumen, tomarse tres tazas de café con alguien -¡y no digamos ya si es un derviche!- no es una broma, sino que le compromete a uno mucho, todo su ser de hecho. Y es que con la tercera taza estás diciendo que darás tu vida por el otro, porque se ha convertido en carne de tu carne, amigo del alma. Igualmente, sin esa tercera taza de café una relación no pasará de ser, pues eso, una serena amistad sin pasión y sin nada más.