"Puesto que la inteligencia es la que excita
en ti el orgullo y la vanidad. ¡Vuélvete loco,
a fin de que tu corazón permanezca cuerdo!"
Mawlânâ Rûmî (m. 1273)

Comentario:
El cambio, todo cambio, siempre viene de fuera y atañe, por lo general, a cosas exteriores. Pero, no es de cambiar de lo que los derviches nos hablan. Hay quien cambia, pero no se transforma lo más mínimo. Así pues, cambia todo cuanto desees, pero sabiendo que eso, por sí solo, en modo alguno te transformará. El cambio es siempre aparente; la tranformación, radical, porque tiene que ver, justamente, con la raíz de las cosas. La tarea sufí o es transformadora, esto es, de raíz, o no es nada. Quien permanece aferrado a los cambios exteriores suele ser, no falla, un vanidoso. Su único afán es mostrarse ante los demás como alguien que está cumpliendo con algo importante. Sus cambios, sin embargo, se mueven en el ámbito del ego pensante, henchido de inteligencia, pero a penas rozan ni su corazón ni sus entrañas. Son, por consiguiente, cambios previsibles, que muy pronto se vuelven rancios, cuando, en realidad, todo en la vía interior es novedad imprevisible. Hollar la senda sufí, seguir el ejemplo de los derviches, comporta optar por la vía de la locura. Porque hay que estar loco de remate para preferir la tranformación radical, que implica siempre inseguridad, al cambio, que se mueve en el ámbito de lo conocido. Y la transformación siempre viene de la mano de la comprensión de la propia naturaleza, de lo que uno es realmente, y no de lo que cree ser. Lo decía 'Alî, paladín de los derviches: "Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor". O lo que es lo mismo, quien descubre su naturaleza real, lo descubre todo. Pero, para ello es preciso vender la propia inteligencia y comprar admiración. Esa es la vía sufí, a eso invitan los derviches. No he visto jamás un derviche que no estuviese loco de atar. Pero, amigos, ¡cuánta cordura hay en la locura de un derviche! Halil Bárcena