"Ya has pensado en el amor lo suficiente.
Ahora, vuélvete amor, ¡vuélvete amor!"
Mawlânâ Rûmî (m. 1273)
Comentario:
El filósofo se pasa la vida dando vueltas y más vueltas alrededor de cuanto de sagrado hay en la vida. El predicador moralista, por su lado, nos pide ser buenos y que sometamos nuestro pensar y nuestro sentir a creencias que ya no producen el menor eco en el interior del ser humano. ¿Y qué hay del derviche? Su senda no es ni la de la especulación ni la de la fe ni la de la moral voluntariosa. El derviche penetra en lo sagrado, provisto de un arrojo irreductible no exento de la más implacable lucidez. El filósofo filosofa -¡en algunos casos, pobre, no alcanza sino a balbucear!-; pero filosofar no es saber. El filósofo filosofa y el predicador predica, pero sus verbos -florido el del primero, rancio el del segundo- dejan indiferentes. Unos y otros, filósofos y predicadores, hablan, pero sus palabras están gastadas y dicen poco, muy poco, casi nada, de la vida y sus signos maravillosos. Y es que la palabra "vino" no embriaga, del mismo modo que pensar en el agua no quita la sed. A vivir se aprende viviendo; y a amar, amando. El amor no te exige que creas en él, sino que te transformes en amor, que es el motor de la vida, y para ello un único requisito es necesario: que salgas fuera de ti mismo. Halil Bárcena