"Nada conmovió mis ojos
salvo el manantial que brotaba"
Mawlânâ Rûmî (m. 1273)

Comentario:
El derviche ve y, por consiguiente, conoce lo que otros saben o creen (¡o creen saber!). No hay, pues, necesidad de creer para quien ha visto. Quien alza los ojos y mira más allá de sí mismo ve que todo es un signo divino, como el manantial tintineante que brota de la tierra y salta montaña abajo. Y eso es, y no otra cosa, lo que en verdad le conmueve. Todo es el rostro del Amigo, tal como lo llaman los derviches, que se nos insinúa haciéndonos guiños a través de cuanto existe. Porque Él, el que es, no constituye un añadido a la existencia, un otro de nada. Es interior al mundo y patente, al mismo tiempo, en todas las formas existentes. Y es que todo en el cosmos es una misma acción: la de Él, que no es un sujeto ni tampoco un objeto, sino el cumplimiento de las cosas, lo que hace que éstas sean lo que son. Halil Bárcena