"No ser nada es la condición necesaria para ser"
Mawlânâ Rûmî (m. 1273)

Comentario:
Nada más que nada. Eso es lo que el derviche persigue ser y a eso es a lo que invita con su ejemplo. No a un irenismo tontorrón, ni a un ecumenismo del tipo: "todo es lo mismo", sino a la experiencia del fuego del amor, ese que todo lo arrasa y puede, que no deja a su paso más que nada. La radical metanoia del derviche es triunfo y liberación de toda forma y pertenencia. Ni cristiano, ni judío, ni parsi, ni budista, ni hindú... ni musulmán. Insisto: ¡ni tampoco musulmán! No es nada el derviche, para poder serlo todo, y todo a la vez. El derviche no es un convertido a ninguna etiqueta formal, no pertenece a ninguna adscripción sociológica, ni llama a nadie a la conversión en nada. Al contrario, invita a trascenderlo todo y, en algunos casos puntuales incluso, a abandonarlo sin paliativos. Pero hay más aún: ni es nada el derviche ni tampoco posee de dónde. No es del norte ni del sur, ni del este ni del oeste. El derviche procede del na-kojâ-abâd, "el país del no-donde", una geografía en la que el dedo índice no puede indicar ya la ruta, como dijera Suhrawardî Maqtûl (m. 1191). El derviche tiene orígenes, pero, a diferencia de los árboles, no tiene raíces. Ahí radica su libertad. No nacimos en tal o cual sitio, sino que la vida nos nació por azar. ¿A qué hacer, pues, un motivo de orgullo del hecho fortuito de ser de aquí o de allá? Halil Bárcena