Sobre el otro 12 de octubre,
que a la postre es el mismo
Halil Bárcena
Un decreto del 12 de octubre de 1501, firmado por los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, y ejecutado por el Cardenal Cisneros, rezaba así:
"Traygan ante vos todos los libros que en vuestra jurisdicçión estuvieren syn que ninguno quede del alcorran ni de la seta mahometica, e los fagays quemar publicamente y aquel que toviere libro y lo encubriere muera por ello e pierda todos sus bienes".
En principio, solo tenían que ser destruidos los libros de temática estrictamente religiosa, los relacionados con la fe islámica, pero, como los ejecutores del decreto real desconocían la lengua árabe, arrasaron con todo lo que pillaron, si bien algunos ejemplares de medicina fueron rescatados de la quema. El resultado fue que toda una civilización fue borrada de golpe.
Pues bien, estos días he oído decir a algunas voces del perennialismo de por aquí -de segunda división, también es cierto-, que el papel "tradicional", en el sentido guénoniano del término, jugado por Isabel I fue ejemplar, aunque haya sido una reina muy mal comprendida después. Eso mismo vo(x)ciferan a los cuatro vientos los energúmenos del "fachopelayismo" y del "rancionalismo" patrio, tanto políticos como periodistas. De hecho, algunas de dichas voces perennialistas, celadores ceñudos de la ortodoxia, y los nuevos vigías de un occidente cuyas esencias y valores tradicionales vienen siendo amenazados desde la modernidad, dicen, comparten destino. Y es que en todo perennialista hay un carlista que se ignora.
Sin duda, Isabel I debió ser ejemplar para algunos, pero para sus víctimas, tanto humanas como literarias, fue nefasta; y quienes hoy nos sentimos herederos de aquella floreciente civilización borrada a golpe de decreto hemos comprendido a la perfección el papel jugado por su majestad.