miércoles, 2 de septiembre de 2020

Alfarería, moriscos y "Huesas".

 Alfarería, moriscos y "Huesas"

Halil Bárcena

A mediados del siglo pasado, asistimos en nuestro país al final de la alfarería, una de las primeras actividades humanas y tal vez la más primordial de todas. No en vano, el alfarero ha trabajado siempre con los elementos fundamentales: tierra, agua, fuego y aire. Los objetos salidos de los alfares siempre han sido utilitarios y funcionales. Pocas veces han tenido un carácter meramente decorativo. Y, por supuesto, jamás han sido objetos de lujo. Por eso se ha dicho que los alfareros son los artesanos de lo necesario. La alfarería tradicional fue sustituida en su día por el plástico. Un drama. Un oficio artesanal ancestral tocaba a su fin para siempre. Hoy, lo que queda malvive del turismo, y, además, es otra cosa bien distinta. En la Península Ibérica, la alfarería se ha visto enriquecida históricamente por la aportación de íberos, romanos y, muy particularmente, árabes. Buena parte de la cerámica del Levante mediterráneo, Valencia y Cataluña principalmente, así como de Aragón, le debió casi todo al trabajo de los moriscos. Quien esto escribe siente especial predilección por la cerámica de Huesa del Común, antiguo centro alfarero heredero de la rica alfarería morisca aragonesa, situado en la comarca de las Cuencas Mineras, en la provincia de Teruel (Aragón). Uno de los rasgos más singulares de las "Huesas" son sus sutiles motivos decorativos. Rematados en rojo óxido, simulan, según los que saben, suaves olas y delicadas alas. ¿Delicadas alas? Más bien, delicados "Allâhs" diría yo. Los alfareros moriscos se vieron obligados a disimular su verdadera fe islámica, pero dejaron constancia de ella en los motivos decorativos de las piezas que salían de sus alfares.

[En la imagen, cuatro "Huesas" de la colección del autor].