lunes, 11 de abril de 2016

El Oriente islámico de Rubén Darío

El Oriente islámico de Rubén Darío

Halil Bárcena




El pasado 6 de febrero se cumplieron cien años de la muerte del poeta y periodista nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), una de las figuras más importantes de las letras hispánicas modernas. Considerado por la crítica como el verdadero renovador de la poesía en lengua española, Rubén Darío sintió ya desde joven una fuerte atracción por todo lo relacionado con Oriente y, más concretamente, con el islam y lo árabe, cuyas huellas se dejan ver tanto en su obra poética como en sus crónicas periodísticas, como veremos a continuación.
Rubén Darío se llamaba en realidad Félix Rubén García Sarmiento. “Darío” era el sobrenombre con el que se conocía a su familia desde antiguo, y el joven Rubén lo adoptó para firmar sus escritos. Su vocación literaria se despertó bien temprano. Se dice que aprendió a leer a los tres años y a los trece ya había publicado su primera composición poética, un soneto titulado Una lágrima, en el diario “El Termómetro” de la ciudad nicaragüense de Rivas.
Durante toda su vida, no muy larga por cierto, Rubén Darío fue un gran viajero por Latinoamérica, Europa y Estados Unidos, lo que le confirió una personalidad cosmopolita, abierta a toda suerte de novedades y nuevos mundos. Un viaje, sin embargo, marcaría su vida y su destino literario. En efecto, en 1893, visita París, capital de la cultura occidental por entonces, donde trabará amistad con el poeta Paul Verlaine (1844-1896), que tanto influyó en su obra. En cierto modo, la renovación que Rubén Darío llevó a cabo en el lenguaje poético del español contemporáneo se debió a su encuentro con las letras francesas, de las cuales tomó prestados, por ejemplo, ritmos musicales antes inéditos en la lengua española.
Tres son sus libros de poesía más sobresalientes: Azul (1888), Prosas profanas (1896) y, sobre todo, Cantos de vida y esperanza (1905), que inauguran, insisto, una nueva manera de escribir poesía en español, menos anquilosada y atada a las viejas formas y usos del pasado. Pero, Rubén Darío no fue solamente uno de los mayores poetas de la lengua española. También ocupa un lugar relevante en el periodismo literario. Como tal, cabe destacar su libro Peregrinaciones (1901), en el que reúne las crónicas de sus viajes por España, Francia e Italia, que publicó en el diario argentino “La Nación”, y que, como su propio nombre indica, más que simples viajes fueron para el autor verdaderas peregrinaciones.
Toda la obra de Rubén Darío destila una indisimulada admiración por lo oriental, concretada en lo árabe y lo islámico, para él un mundo de secretos y misterios, como fue moda en el orientalismo europeo del siglo XIX. El contacto literario de Rubén Darío con dicho mundo se produce ya en la adolescencia. El propio poeta confiesa que entre sus primeras lecturas, junto al Quijote, se encontraban Las mil y una noches, libro del que más tarde dirá: “Ya en otra ocasión he dicho lo que un poeta gana, a mi entender, con emular a Simbad”.  
Rubén Darío conocerá in situ la realidad árabe e islámica. En su libro Tierras solares  (1920) escribe a propósito de la ciudad marroquí de Tánger: “Confieso que es para mí de singular placer esta llegada a un lugar que se compadece con mis lecturas y ensueños orientales”. Una de las cosas que más cautivó la atención de Rubén Darío fue escuchar el ezan, algo que, según él, se graba en el corazón del hombre sensible y no se olvida jamás.   
Sin embargo, será la propia España, con su pasado andalusí, quien más le acerque a lo islámico y a “la espléndida luz que vendrá del Oriente”, como el propio Rubén Darío escribía. El poeta español Francisco Villaespesa (1877-1936) llegó a insinuar que la admiración de Rubén Darío por lo islámico se debió a sus orígenes andalusíes: “Aunque nació en Nicaragua, es de origen árabe andaluz, su padre y toda la familia nacieron en pleno corazón de la Alpujarra, en Ohanes, pintoresca villa de la provincia de Almería”.
Como todo gran poeta, Rubén Darío tuvo mucho de profético y visionario. En uno de los poemas contenidos en su libro Cantos de vida y esperanza, titulado A Roosevelt, presidente en esa época de los entonces emerges Estados Unidos de América, el poeta remata el poema así: “Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!”. 

(Traducción del español al turco, a cargo de Nesrin Karavar).

[Artículo publicado originalmente en turco, en la revista de arte y literatura turca Yedi                                                                                                                      Iklim, nº 313, abril 2016].