El
Oriente islámico de Rubén Darío
Halil Bárcena
El pasado 6 de febrero se cumplieron
cien años de la muerte del poeta y periodista nicaragüense Rubén Darío (1867-1916),
una de las figuras más importantes de las letras hispánicas modernas.
Considerado por la crítica como el verdadero renovador de la poesía en lengua
española, Rubén Darío sintió ya desde joven una fuerte atracción por todo lo relacionado
con Oriente y, más concretamente, con el islam y lo árabe, cuyas huellas se
dejan ver tanto en su obra poética como en sus crónicas periodísticas, como
veremos a continuación.
Rubén Darío se llamaba
en realidad Félix Rubén García Sarmiento. “Darío” era el sobrenombre con el que
se conocía a su familia desde antiguo, y el joven Rubén lo adoptó para firmar
sus escritos. Su vocación literaria se despertó bien temprano. Se dice que
aprendió a leer a los tres años y a los trece ya había publicado su primera
composición poética, un soneto titulado Una
lágrima, en el diario “El Termómetro” de la ciudad nicaragüense de Rivas.
Durante toda su vida,
no muy larga por cierto, Rubén Darío fue un gran viajero por Latinoamérica,
Europa y Estados Unidos, lo que le confirió una personalidad cosmopolita, abierta
a toda suerte de novedades y nuevos mundos. Un viaje, sin embargo, marcaría su
vida y su destino literario. En efecto, en 1893, visita París, capital de la
cultura occidental por entonces, donde trabará amistad con el poeta Paul
Verlaine (1844-1896), que tanto influyó en su obra. En cierto modo, la renovación
que Rubén Darío llevó a cabo en el lenguaje poético del español contemporáneo
se debió a su encuentro con las letras francesas, de las cuales tomó prestados,
por ejemplo, ritmos musicales antes inéditos en la lengua española.
Tres son sus libros de
poesía más sobresalientes: Azul
(1888), Prosas profanas (1896) y,
sobre todo, Cantos de vida y esperanza
(1905), que inauguran, insisto, una nueva manera de escribir poesía en español,
menos anquilosada y atada a las viejas formas y usos del pasado. Pero, Rubén
Darío no fue solamente uno de los mayores poetas de la lengua española. También
ocupa un lugar relevante en el periodismo literario. Como tal, cabe destacar su
libro Peregrinaciones (1901), en el
que reúne las crónicas de sus viajes por España, Francia e Italia, que publicó
en el diario argentino “La Nación”, y que, como su propio nombre indica, más
que simples viajes fueron para el autor verdaderas peregrinaciones.
Toda la obra de Rubén
Darío destila una indisimulada admiración por lo oriental, concretada en lo
árabe y lo islámico, para él un mundo de secretos y misterios, como fue moda en
el orientalismo europeo del siglo XIX. El contacto literario de Rubén Darío con
dicho mundo se produce ya en la adolescencia. El propio poeta confiesa que
entre sus primeras lecturas, junto al Quijote,
se encontraban Las mil y una noches, libro
del que más tarde dirá: “Ya en otra
ocasión he dicho lo que un poeta gana, a mi entender, con emular a Simbad”.
Rubén Darío conocerá in situ la realidad árabe e islámica. En
su libro Tierras solares (1920) escribe a propósito de la ciudad
marroquí de Tánger: “Confieso que es para
mí de singular placer esta llegada a un lugar que se compadece con mis lecturas
y ensueños orientales”. Una de las cosas que más cautivó la atención de
Rubén Darío fue escuchar el ezan, algo
que, según él, se graba en el corazón del hombre sensible y no se olvida jamás.
Sin embargo, será la
propia España, con su pasado andalusí, quien más le acerque a lo islámico y a “la espléndida luz que vendrá del Oriente”, como
el propio Rubén Darío escribía. El
poeta español Francisco Villaespesa (1877-1936) llegó a insinuar que la admiración
de Rubén Darío por lo islámico se debió a sus orígenes andalusíes: “Aunque nació en Nicaragua, es de origen
árabe andaluz, su padre y toda la familia nacieron en pleno corazón de la Alpujarra,
en Ohanes, pintoresca villa de la provincia de Almería”.
Como todo gran poeta,
Rubén Darío tuvo mucho de profético y visionario. En uno de los poemas
contenidos en su libro Cantos de vida y
esperanza, titulado A Roosevelt, presidente
en esa época de los entonces emerges Estados Unidos de América, el poeta remata
el poema así: “Y, pues contáis con todo,
falta una cosa: ¡Dios!”.
(Traducción del español al turco, a cargo de Nesrin Karavar).
(Traducción del español al turco, a cargo de Nesrin Karavar).
[Artículo publicado originalmente en turco, en la revista de arte y literatura turca Yedi Iklim, nº 313, abril 2016].