lunes, 8 de febrero de 2016

Turcos en las letras latinoamericanas

Turcos en las letras latinoamericanas


Halil Bárcena




En 1994, el escritor brasileño Jorge Amado (1912-2001) publicó De cómo los turcos descubrieron América[1] , su última novela, un libro breve, no carente de un gran sentido del humor, en el que se narran las aventuras de dos hombres, Jamil Bichara y Raduan Murad, en el continente sudamericano, concretamente en Brasil. Pero, ¿qué clase de turcos son estos protagonistas del libro de Amado, descubridores de América? Bien, la verdad es que no se trata de turcos, sino de árabes del Levante mediterráneo. Escribe el autor brasileño a propósito de Jamil Bichara y Raduan Murad: “Traían papeles del Imperio Otomano, motivo por el cual hasta la actualidad son calificados de turcos, la buena nación turca, una de las muchas que amalgamadas compusieron la nación brasileña”[2].
Así pues, los turcos de Jorge Amado son, en realidad, árabes provenientes del Próximo Oriente, Siria y Líbano fundamentalmente. Y es que el calificativo turco se emplea en Latinoamérica para designar a los árabes que desde la mitad del siglo XIX se fueron asentando en los distintos países sudamericanos, huyendo de la situación lamentable que por entonces se vivía en el territorio sirio-libanés, a raíz, fundamentalmente, del conflicto entre drusos y maronitas. Uno de dichos inmigrantes, tal vez el más famoso, fue el libanés Halil Cibran (1883-1931), quien más tarde se convertiría en pintor y en uno de los escritores más importantes de las letras árabes contemporáneas, autor del célebre El Profeta (1923). La diferencia es que Halil Cibran se instaló en Estados Unidos con su familia, a diferencia de muchos de sus compatriotas que buscaron fortuna en América Latina, los turcos a los que aquí nos referimos.
Dicha inmigración árabe a Latinoamérica es a la que Jorge Amado se refiere cuando habla del descubrimiento de América por parte de los turcos. Afirma el escritor brasileño: “El descubrimiento de las Américas por los turcos, que no son turcos en absoluto, sino árabes de buena cepa, ocurrió con gran atraso en época relativamente reciente, en el siglo pasado, no antes”[3] .
Ya, anteriormente, en Gabriela, clavo y canela (1958), uno de sus libros más aclamados, había utilizado Jorge Amado la figura del turco en la persona de Nacib Saad, el protagonista de la novela, un árabe de nacimiento, sirio para ser más precisos, al que todos llaman turco, muy a su pesar. De hecho, el hombre se pasa toda la novela desmintiendo ser turco y afirmando su arabidad, aunque sin mucha suerte, pues el señor Saad es y será para sus vecinos el turco. Gabriela, clavo y canela fue llevada al cine, el año 1983, bajo la dirección de Bruno Barreto, siendo interpretado el personaje de Nacib Saad, magistralmente por cierto, por el actor italiano Marcello Mastroiani.       
Pero, el caso de Jorge Amado no es una excepción. La presencia del turco constituye una de las figuras más recurrentes de las letras latinoamericanas, tanto en español como en portugués. El historiador cubano Rigoberto Menéndez Paredes, director de la Casa Museo de los Árabes de La Habana (Cuba), ha analizado dicha presencia en su libro Árabes de cuentos y novelas: el inmigrante árabe en el imaginario narrativo latinoamericano[4]. Menéndez Paredes demuestra en su libro la enorme importancia que el turco posee en la mejor literatura de América Latina. Pero, veamos un par de ejemplos más, a parte del ya citado Jorge Amado, para no alargarnos en exceso.
Gabriel García Márquez (1927-2014), premio Nobel de Literatura, el año 1982, eligió al turco Santiago Naser, hijo de un inmigrante árabe llamado Ibrahim Naser, como protagonista de su novela Crónica de una muerte anunciada (1981). Los inmigrantes árabes, llamados turcos, también han estado presentes en la obra del escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012). Así, en su obra La cabeza de la hidra (1978) hace mención Fuentes a la numerosa -y valiosa- presencia libanesa en la capital mexicana, subrayando sus enormes capacidades para el comercio. No en balde, los libaneses les deben mucho a sus antepasados fenicios, grandes comerciantes.
A mi juicio, la notable presencia árabe en las letras latinoamericanas, a través de la figura del turco, pone de manifiesta dos cosas. Primero, que si bien la inmigración árabe no fue cuantiosa sí fue muy significativa. Y segundo, que nuestros turcos no fueron ni ignorados ni tampoco marginados, antes bien al contrario, fueron objeto de estudio y de admiración, lo cual les permitió una fácil integración en las nuevas sociedades de acogida y sobresalir tanto en lo económico como también en la política, la literatura y las artes. El catalán Federico Mayor Zaragoza, quien fue director general de la UNESCO entre los años 1987 y 1999, afirmó en su día: “Las comunidades de origen árabe en América Latina constituyen un modelo de integración, junto con los demás componentes étnicos y culturales de la sociedad”. No hay duda que Europa tiene mucho que aprender del ejemplo latinoamericano a la hora de tratar a su inmigración árabe y musulmana.

(Artículo publicado originalmente en turco en la revista Yedi Iklim nº 310, enero 2016, pp. 84-85)




[1] Jorge Amado, De cómo los turcos descubrieron América, Alfaguara, Madrid, 1994.
[2] Ibídem, p. 30.
[3] Ibídem, p. 24.

[4] Rigoberto Menéndez Paredes, Árabes de cuentos y novelas: el inmigrante árabe en el imaginario narrativo latinoamericano, Huerga y Fierro, Madrid, 2011.