Turcos
en las letras latinoamericanas
Halil
Bárcena
En 1994, el escritor brasileño Jorge
Amado (1912-2001) publicó De cómo los
turcos descubrieron América
, su última novela, un libro breve, no carente de un gran sentido del
humor, en el que se narran las aventuras de dos hombres, Jamil Bichara y Raduan
Murad, en el continente sudamericano, concretamente en Brasil. Pero, ¿qué clase
de turcos son estos protagonistas del libro de Amado, descubridores de América?
Bien, la verdad es que no se trata de turcos, sino de árabes del Levante
mediterráneo. Escribe el autor brasileño a propósito de Jamil Bichara y Raduan
Murad: “Traían papeles del Imperio
Otomano, motivo por el cual hasta la actualidad son calificados de turcos, la
buena nación turca, una de las muchas que amalgamadas compusieron la nación
brasileña”.
Así pues, los turcos de
Jorge Amado son, en realidad, árabes provenientes del Próximo Oriente, Siria y
Líbano fundamentalmente. Y es que el calificativo turco se emplea en
Latinoamérica para designar a los árabes que desde la mitad del siglo XIX se
fueron asentando en los distintos países sudamericanos, huyendo de la situación
lamentable que por entonces se vivía en el territorio sirio-libanés, a raíz,
fundamentalmente, del conflicto entre drusos y maronitas. Uno de dichos
inmigrantes, tal vez el más famoso, fue el libanés Halil Cibran (1883-1931),
quien más tarde se convertiría en pintor y en uno de los escritores más
importantes de las letras árabes contemporáneas, autor del célebre El Profeta
(1923). La diferencia es que Halil Cibran se instaló en Estados Unidos con su
familia, a diferencia de muchos de sus compatriotas que buscaron fortuna en
América Latina, los turcos a los que aquí nos referimos.
Dicha inmigración árabe
a Latinoamérica es a la que Jorge Amado se refiere cuando habla del
descubrimiento de América por parte de los turcos. Afirma el escritor
brasileño: “El descubrimiento de las
Américas por los turcos, que no son turcos en absoluto, sino árabes de buena
cepa, ocurrió con gran atraso en época relativamente reciente, en el siglo
pasado, no antes”
.
Ya, anteriormente, en
Gabriela, clavo y canela (1958), uno de sus libros más aclamados, había
utilizado Jorge Amado la figura del turco en la persona de Nacib Saad, el
protagonista de la novela, un árabe de nacimiento, sirio para ser más precisos,
al que todos llaman turco, muy a su pesar. De hecho, el hombre se pasa toda la
novela desmintiendo ser turco y afirmando su arabidad, aunque sin mucha suerte,
pues el señor Saad es y será para sus vecinos el turco. Gabriela, clavo y
canela fue llevada al cine, el año 1983, bajo la dirección de Bruno Barreto,
siendo interpretado el personaje de Nacib Saad, magistralmente por cierto, por
el actor italiano Marcello Mastroiani.
Pero, el caso de Jorge
Amado no es una excepción. La presencia del turco constituye una de las figuras
más recurrentes de las letras latinoamericanas, tanto en español como en
portugués. El historiador cubano Rigoberto Menéndez Paredes, director de la
Casa Museo de los Árabes de La Habana (Cuba), ha analizado dicha presencia en
su libro Árabes de cuentos y novelas: el
inmigrante árabe en el imaginario narrativo latinoamericano.
Menéndez Paredes demuestra en su libro la enorme importancia que el turco posee
en la mejor literatura de América Latina. Pero, veamos un par de ejemplos más,
a parte del ya citado Jorge Amado, para no alargarnos en exceso.
Gabriel García Márquez
(1927-2014), premio Nobel de Literatura, el año 1982, eligió al turco Santiago
Naser, hijo de un inmigrante árabe llamado Ibrahim Naser, como protagonista de
su novela Crónica de una muerte anunciada (1981). Los inmigrantes árabes,
llamados turcos, también han estado presentes en la obra del escritor mexicano
Carlos Fuentes (1928-2012). Así, en su obra La cabeza de la hidra (1978) hace
mención Fuentes a la numerosa -y valiosa- presencia libanesa en la capital
mexicana, subrayando sus enormes capacidades para el comercio. No en balde, los
libaneses les deben mucho a sus antepasados fenicios, grandes comerciantes.
A mi juicio, la notable
presencia árabe en las letras latinoamericanas, a través de la figura del
turco, pone de manifiesta dos cosas. Primero, que si bien la inmigración árabe
no fue cuantiosa sí fue muy significativa. Y segundo, que nuestros turcos no
fueron ni ignorados ni tampoco marginados, antes bien al contrario, fueron
objeto de estudio y de admiración, lo cual les permitió una fácil integración en
las nuevas sociedades de acogida y sobresalir tanto en lo económico como
también en la política, la literatura y las artes. El catalán Federico Mayor
Zaragoza, quien fue director general de la UNESCO entre los años 1987 y 1999,
afirmó en su día: “Las comunidades de
origen árabe en América Latina constituyen un modelo de integración, junto con
los demás componentes étnicos y culturales de la sociedad”. No hay duda que
Europa tiene mucho que aprender del ejemplo latinoamericano a la hora de tratar
a su inmigración árabe y musulmana.
(Artículo publicado originalmente en turco en la revista Yedi Iklim nº 310, enero 2016, pp. 84-85)