jueves, 10 de octubre de 2013

El principio del Corán


El inicio de la revelación coránica

(Azora Al-'Alaq, El coágulo)

Abderramán Mohamed Maanán
(Traducción y comentarios)


1. íqra bísmi rábbika l-ladzî jálaq*
¡Lee, con el Nombre de tu Señor que ha creado,
2. jálaqa l-insâna min ‘álaq*
que ha creado al ser humano a partir de un coágulo!
3. íqra wa rábbuka l-ákramu
¡Lee, pues tu Señor es el Más Generoso,
4. l-ladzî ‘állama bil-qálami
el que ha enseñado con el cálamo,
5. ‘állama l-insâna mâ lam yá‘lam*
ha enseñado al ser humano lo que no sabía!  

La Revelación del Corán comienza con un imperativo: íqra¡lee! (del verbo qáraa-yaqraleer). Esta orden es una invitación a la lectura, el estudio, el aprendizaje, la reflexión. Es así como empieza el Corán (cuyo nombre mismo, precisamente, deriva de ese imperativo: Qur’ânLectura, por tanto, Reflexión). Imaginemos por un momento las resonancias que esta orden tuvieron para alguien como Muhammad (s.a.s.) que no sabía leer: no se trata, por tanto, de la orden de hacer algo mecánico como es la lectura, sino pensar, meditar, llegar al conocimiento como sea. El Profeta (s.a.s.) dijo: “El saber es obligatorio para cada musulmán”. Y también dijo: “El conocimiento es lo que anda buscando el musulmán, y debe recogerlo aunque sea de recipientes impuros”.  Y también dijo: “Buscad el saber, aunque para ello tengáis que llegar hasta China”.

No hace falta decir que este imperativo inicial del Corán ha impulsado y prestigiado el conocimiento en el Islam, de lo cual, como hemos visto, se hizo eco el mismo Profeta (s.a.s.). Entre los musulmanes, la mayor virtud es el saber (el ‘Ilm, la ciencia), cuya nobleza y mérito son respaldados por la orden que encabeza esta sûra, primera palabra -cronológicamente- del Corán. El saber es el desencadenante sensato de todas las virtudes. La acción no precedida de reflexión es irrelevante en el Islam: es el resultado de un impulso y no es el fruto de la capacidad con la que Allah ha privilegiado al ser humano, haciéndole destacarse de las demás criaturas, y capaz por tanto de hacer destacar sus propios actos gracias al uso de esa facultad.


Éstas fueron las primeras enseñanzas que el Málak Yibrîl -‘aláihi s-salâm- comunicó a Muhammad -sallà llâhu ‘aláihi wa sállam- en medio de la solitaria Cueva de Hirâ. ‘Leer (reflexionar, recordar), enseñar, saber, ciencia, cálamo,...’ son las palabras claves, y sobretodo, ‘Allah Creador’, que es Origen de la conciencia y Estímulo en el hombre (del que es Señor, Rabb). Allâh es el Nombre Supremo que debe ser aprendido para que sirva de puerta hacia una sabiduría infinitamente aún más profunda y una paz que embargue por completo al ser humano, inquieto en sus mismos adentros por saber. Recordar a Allah es recordar todas esas cosas. Cada vez que el musulmán dice Allâh rememora esas enseñanzas contenidas en tan pocas palabras a la cabeza del Corán. Con ellas identifica a su Verdadero Señor: no es el ídolo que imagina el común de los hombres, no es una fantasía, ni un dios conceptualizable, ni un mito,... sino el Infinito que está en los orígenes y en los finales, el Creador Presente y Secreto en cada instante: “Él es el Primero y el Último, el Manifiesto y el Oculto”.

Y con esas palabras que están al principio del Corán el ser humano se identifica también a sí mismo: reconoce la nada de sus principios y el privilegio del que, sin embargo, disfruta, y sabe que tiene dos obligaciones, primero ser agradecido, que es sinónimo de ser sabio, pues agradecer es reconocer y reconocer es saber, y la segunda obligación, una vez detectado que él es receptáculo de una potencia que ha depositado en él la Majestad de Allah, es activarla y alcanzar la meta insospechable que Allah ha puesto ante él, una meta que tiene las proprorciones de la Grandeza de Allah mismo.