miércoles, 26 de junio de 2013

'Alí o la hermosura del corazón

La hermosura del corazón


Leili Castella






“Estoy emancipado de interés propio: escucha el testimonio de un hombre libre”.
Mawlânâ Rûmî (m. 1273)

Si hay algo que jamás olvida un pahlivân o caballero espiritual es que el verdadero campo de batalla no se halla en el exterior, sino en su propio interior: no en vano después de la gran batalla de Badr, crucial para la supervivencia de la recién nacida comunidad islámica, el Profeta Muhámmad (sas) dijo: “Habéis vuelto del jihâd (lucha, esfuerzo) menor, al jihâd mayor”. Preguntado por cuál era el jihâd mayor, El Profeta (sas) respondió: “Es el jihâd contra vuestras almas apasionadas”. El pahlivân es pues quien, habiendo purificado su alma de imperfecciones, se ha vuelto “una montaña de ductilidad, de paciencia y de justicia” [1] y así, de su corazón, hecho pura hermosura, emanan acciones justas, bellas y nobles. Advirtió sin embargo el profeta Muhámmad: “El  jihâd sigue siendo válido hasta el Día del Juicio”.

Hay al final del primer tomo del Masnawî, la inmensa obra del místico y poeta persa Mawlânâ Rûmî (m. 1273), un relato extraordinario acerca de cuál es la verdadera batalla que ha de librar el ser humano. En dicho relato, ‘Alî ibn Abî Tâlib, primo y yerno del Profeta, y caballero espiritual o fatâ por excelencia, se enfrenta, en una dura batalla cuerpo a cuerpo, a un poderoso guerrero. Cuando por fin logra reducirlo y desenvaina su espada para acabar con su vida, el guerrero, en un arrebato de ira y desprecio, escupe en la cara de ‘Alî, el cual reacciona de una forma sorprendente: arroja su espada a lo lejos y cesa de combatir. El guerrero,  estupefacto y conmocionado ante tamaño acto de perdón y misericordia, ruega encarecidamente a ‘Alî que le explique el porqué de su hermosa acción. A lo que este último responde “Puesto que ha intervenido un pensamiento de algo que no era Dios, debo envainar la espada. (…) En la hora de la batalla, oh caballero, cuando me escupiste, surgió mi yo carnal y mi disposición se corrompió. La mitad de mi lucha fue por Dios y la mitad por vana pasión: en los asuntos de Dios, no se permiten las asociaciones” [2].

Muchas son las enseñanzas que nos aporta este relato: quizás una de las más importantes sea mostrarnos que el caballero espiritual o fatâ enraíza su acción, no en sí mismo, sino en su Señor. Dirá ‘Alî en el relato: “Soy el León de Dios, no el león de la pasión: mis actos dan fe de  mi religión” [3]. En efecto, el  fatâ está a tal punto habitado por la presencia de Allâh, que su generosidad será Su generosidad, y su ira será Su ira: en el caballero espiritual no hay sino cualidades divinas.

Otra enseñanza principal a destacar, es la mirada lúcida, implacable y distanciada que ‘Alî arroja sobre sí mismo. Lejos de cualquier autocomplacencia, discierne inmediatamente la interferencia del “yo carnal” en su acción y tiene la fuerza suficiente para detenerla; pero es que además no tiene inconveniente alguno en reconocérselo a su adversario. Será precisamente esta mezcla de cualidad humana y divina de ‘Alî, la que creará una brecha en el corazón de un adversario que acaba por decir: “(a partir de ahora) soy siervo de las olas de ese Mar de Luz que muestra una perla como ésta (refiriéndose a ‘Alî). Ofréceme la profesión de fe (musulmana)” [4].

Quizás cabría resaltar también que Mawlânâ Rûmî  parece invitarnos a mirar mucho más allá de las simples apariencias, mucho más allá de nuestras apreciaciones y juicios personales: si nos dejáramos guiar por estos últimos, podríamos decir que ‘Alî, dejando intervenir su “yo carnal”, comete un grave error, y que su contendiente, escupiendo a ‘Alî comete una pecado imperdonable. Pero precisamente le dirá ‘Alî a su adversario: “Has cometido un pecado mejor que cualquier acto de devoción, has atravesado el cielo en un solo momento (…) Afortunado el pecado que cometió el hombre: ¿no salen las hojas de las rosas de las espinas?” [5]. Y en cuanto a ‘Alî, ¿no es precisamente su acción la que desencadena el conocimiento de su sólo aparente adversario? Nos dirá él mismo: “En la batalla hago vivos, no muertos” [6].  Y es que, ¿acaso hay algo que no emane de Él y nos lleve de vuelta a Él?

Y aún dos últimas pinceladas: la misericordia infinita, fuera de toda proporción, que emana de un ser humano vaciado de todo cuanto no sea Él: “Me escupiste y te doy un regalo. (…) ¿Qué no le daré al que se comporta con rectitud?” [7]. Y el poder de la hermosura, de la excelencia, de la rectitud, y de la bondad, capaz no sólo de romper las defensas del aguerrido adversario, sino de contagiarle. No en vano nos recuerda el Corán, 55:60 “¿Acaso no es la retribución del isân (la belleza, la impecabilidad), el isân?”.

Notas:
[1] Rûmî, Masnawî, volumen 1, versos 3720 a 4000.
[2] a [7] Ibídem.  


Leili Castella es licenciada en derecho y pianista. Rebâbista del grupo 'Ushâq es coordinadora del Institut d'Estudis Sufís directora de la escuela musical 'Baraka. Música con alma' (http://barakamusica.blogspot.com.es/).