La hermosura del corazón
Leili Castella
“Estoy emancipado de interés
propio: escucha el testimonio de un hombre libre”.
Mawlânâ Rûmî
(m. 1273)
Si
hay algo que jamás olvida un pahlivân o caballero espiritual es que el
verdadero campo de batalla no se halla en el exterior, sino en su propio
interior: no en vano después de la gran batalla de Badr, crucial para la
supervivencia de la recién nacida comunidad islámica, el Profeta Muhámmad (sas)
dijo: “Habéis vuelto del jihâd
(lucha, esfuerzo) menor, al jihâd
mayor”. Preguntado
por cuál era el jihâd mayor, El Profeta (sas)
respondió: “Es el jihâd
contra vuestras almas apasionadas”.
El pahlivân es pues quien, habiendo
purificado su alma de imperfecciones, se ha vuelto “una montaña de ductilidad, de paciencia y de justicia” [1] y así,
de su corazón, hecho pura hermosura, emanan acciones justas, bellas y nobles.
Advirtió sin embargo el profeta Muhámmad: “El jihâd sigue siendo válido hasta el Día
del Juicio”.
Hay
al final del primer tomo del Masnawî, la inmensa obra del místico y
poeta persa Mawlânâ Rûmî
(m. 1273), un relato extraordinario acerca de cuál es la verdadera batalla que
ha de librar el ser humano. En dicho relato, ‘Alî
ibn Abî
Tâlib,
primo y yerno del Profeta, y caballero espiritual o fatâ por excelencia, se enfrenta, en una dura batalla
cuerpo a cuerpo, a un poderoso guerrero. Cuando por fin logra reducirlo y
desenvaina su espada para acabar con su vida, el guerrero, en un arrebato de
ira y desprecio, escupe en la cara de ‘Alî, el cual reacciona de una forma
sorprendente: arroja su espada a lo lejos y cesa de combatir. El guerrero, estupefacto y conmocionado ante tamaño acto de
perdón y misericordia, ruega encarecidamente a ‘Alî
que le explique el porqué de su hermosa acción. A lo que este último responde “Puesto que ha intervenido un pensamiento de
algo que no era Dios, debo envainar la espada. (…) En la hora de la batalla, oh
caballero, cuando me escupiste, surgió mi yo carnal y mi disposición se
corrompió. La mitad de mi lucha fue por Dios y la mitad por vana pasión: en los
asuntos de Dios, no se permiten las asociaciones” [2].
Muchas
son las enseñanzas que nos aporta este relato: quizás una de las más
importantes sea mostrarnos que el caballero espiritual o fatâ enraíza su acción, no en sí mismo, sino en su Señor.
Dirá ‘Alî
en el relato: “Soy el León de Dios, no el
león de la pasión: mis actos dan fe de
mi religión” [3]. En efecto, el fatâ está a tal punto habitado por la
presencia de Allâh, que su generosidad será Su
generosidad, y su ira será Su ira: en el caballero espiritual no hay sino
cualidades divinas.
Otra
enseñanza principal a destacar, es la mirada lúcida, implacable y distanciada
que ‘Alî
arroja sobre sí mismo. Lejos de cualquier autocomplacencia, discierne inmediatamente
la interferencia del “yo carnal” en su acción y tiene la fuerza suficiente para
detenerla; pero es que además no tiene inconveniente alguno en reconocérselo a
su adversario. Será precisamente esta mezcla de cualidad humana y divina de ‘Alî,
la que creará una brecha en el corazón de un adversario que acaba por decir: “(a partir de ahora) soy siervo de las olas
de ese Mar de Luz que muestra una perla como ésta (refiriéndose a ‘Alî).
Ofréceme la profesión de fe (musulmana)”
[4].
Quizás
cabría resaltar también que Mawlânâ Rûmî
parece invitarnos a mirar mucho más allá
de las simples apariencias, mucho más allá de nuestras apreciaciones y juicios personales:
si nos dejáramos guiar por estos últimos, podríamos decir que ‘Alî,
dejando intervenir su “yo carnal”, comete un grave error, y que su
contendiente, escupiendo a ‘Alî comete una pecado imperdonable.
Pero precisamente le dirá ‘Alî a su adversario: “Has cometido un pecado mejor que cualquier
acto de devoción, has atravesado el cielo en un solo momento (…) Afortunado el
pecado que cometió el hombre: ¿no salen las hojas de las rosas de las espinas?”
[5]. Y en cuanto a ‘Alî, ¿no es precisamente su acción la
que desencadena el conocimiento de su sólo aparente adversario? Nos dirá él
mismo: “En la batalla hago vivos, no
muertos” [6]. Y es que, ¿acaso hay algo que no emane de Él y
nos lleve de vuelta a Él?
Y
aún dos últimas pinceladas: la misericordia infinita, fuera de toda proporción,
que emana de un ser humano vaciado de todo cuanto no sea Él: “Me escupiste y te doy un regalo. (…) ¿Qué no
le daré al que se comporta con rectitud?” [7]. Y el poder de la hermosura, de la excelencia, de la rectitud, y
de la bondad, capaz no sólo de romper las defensas del aguerrido adversario,
sino de contagiarle. No en vano nos recuerda el Corán, 55:60 “¿Acaso no es la retribución del iḥsân (la belleza, la impecabilidad), el iḥsân?”.
Notas:
[1]
Rûmî,
Masnawî, volumen 1, versos 3720 a 4000.
[2]
a [7] Ibídem.
Leili Castella es licenciada en derecho y pianista. Rebâbista del grupo 'Ushâq es coordinadora del Institut d'Estudis Sufís directora de la escuela musical 'Baraka. Música con alma' (http://barakamusica.blogspot.com.es/).