Shams-i Tabrîzî,
los falsos maestros y otros
Halil Bárcena
Shams-i Tabrîzî, quien
fue para Mawlânâ Rûmî (m. 1273) mucho más que un mero guía espiritual, dejó
escrito lo siguiente en sus Maqâlât: “Ni
siquiera fue ayer cuando abandonó el vientre de su madre y ya hoy enseña y
proclama a los cuatro vientos: “Yo soy la verdad”. La mayoría de estos shayjs
(o maestros) son bandidos de la religión
de Muhammad. Bloquean los caminos de las gentes”. El volcánico derviche de
Tabrîz apuntaba con estas duras palabras a los supuestos maestros espirituales,
proclamados o autoproclamados, que, aun careciendo de la necesaria madurez en
la senda sufí (es decir, ¡en la vida!), osaban orientar a otros. Así pues, la
lacra del por así llamarlo intrusismo espiritual, que ya entonces denunciaba
Shams, no es algo que tenga que ver exclusivamente con nuestro atribulado y
confuso presente, en el que tuertos (eso sí, cuidadosamente enturbantados)
conducen a ciegos. Sin embargo, como lo nuestro no es juzgar lo que otros hagan
o dejen de hacer (¡y es que bastante tenemos con lo nuestro, que no es sino
tratar de comprender y encarnar el legado muhammadí a través del ejemplo mevleví!), nada más tenemos que decir
sobre algo tan delicado (y crucial) como es la transmisión espiritual.
Sí
quisiéramos, no obstante, aprovechar las palabras de Shams-i Tabrîzî para
alertar a propósito de un fenómeno distinto al anterior, aunque no muy lejano
de él, que tiene que ver con las personas que sin haber nacido en el seno del
islam lo hemos abrazado con posterioridad. A nosotros nos corresponde llevar a
cabo un concienzudo ejercicio de estudio y profundización de una tradición
ajena en principio a nosotros. En ese sentido, sería una grave falta de
honestidad (¡y no sólo de honestidad!) por nuestra parte, lanzarnos a la esfera
pública, a través de asociaciones, ligas, plataformas, juntas, institutos,
centros, tarîqas o lo que fuere, sin
haber madurado lo suficiente en la tradición. Me pregunto si es honesto, además
de creíble, que alguien con apenas un puñado de años en el islam, sin los
estudios pertinentes (dejo de lado eso que algunos denominan la vivencia), que son los que otorgan valor
y legitimidad a lo que se dice, hable en nombre de dicha tradición y encima que lo haga para emitir juicios dudosísimos acerca de temas tan delicados como, por ejemplo, la homosexualidad. Del mismo
modo, me pregunto acerca de la honestidad y credibilidad de los medios que
brindan sus páginas y micrófonos a dichos personajes tan crudos, como diría Mawlânâ. Y crudo, por supuesto, quiere decir aquí inmaduro. Lo dicho, las palabras de
Shams-i Tabrîzî valen tanto para ayer como para hoy. Y es que las ansias de
protagonismo, otra de las formas de la ignorancia humana, no saben del paso del
tiempo.