jueves, 31 de enero de 2013

Mawlânâ y los garbanzos


Felices como garbanzos


Leili Castella




La Vida con mayúsculas nos confronta constantemente con quiénes somos realmente, más allá de lo que nos gustaría aparentar o ser. Hay tres circunstancias que nos desvelan, aún con mayor claridad si cabe, el grado real de nuestra calidad como seres humanos: la pobreza, la enfermedad y la muerte. A ellas se refiere un aforismo o hadîz qudsî atribuido al Profeta Muhámmad, especialmente contundente: “Dios, glorificado y ensalzado sea, ha dicho: “¡Hijo de Adán!, te He asestado tres golpes: la pobreza, la enfermedad y la muerte; pero a pesar de ellos te mantienes insensato”. Estas tres situaciones esenciales dan al ser humano la oportunidad de encararse a su precariedad e insignificancia, y rendirse a la Majestad de Al·lâh; y pueden ser también motivo de honda reflexión, pues nos revelan lo insondable de Al·lâh en su doble cualidad de transcendencia, al hacerse evidente que el poder real sobre nuestra vida y nuestra muerte no nos pertenece, y, a la vez, de inmanencia, al tener como escenario estas tres pruebas nuestro propio cuerpo, nuestro propio ser.

Hemos dicho que estos tres golpes son manifestación de Su Majestad (jalâl), pero, aunque a primera vista pueda parecer paradójico, lo son también de Su Bondad (jamâl). Dice otro hadîz del Profeta Muhámmad: “Cuando Dios ama a los hombres, los pone a prueba”; y aún otro que reza así: “No es creyente verdadero aquel que no considera la prueba como una gracia, y la facilidad como una desgracia”. Y es que el musulmán entiende que cada acontecimiento vital ha de ser vivido desde el ángulo de la progresión espiritual y ser por tanto considerado como una gracia de Él. La prueba, sea cual sea, es vivida entonces sin amargura; incluso, como nos muestran los awliyâ, hombres santos y verdaderos, con felicidad o contentamiento. No en vano dice el Corán en la azora 29.2: “¿Piensan los hombres que se les dejará decir: “¡Creemos”, sin ser probados?

El derviche, conocedor de todo ello, no sólo acepta los envites que le plantea la vida, sino que, con toda su conciencia, vive en permanente estado de prueba o de reto. Mawlânâ Rûmî pone en boca de un amante de Él: “Me arrepiento de haber intrigado para escapar y huir de lo que su cólera deseaba” (1). Y es que el derviche sabe que sólo en los límites, en los retos, se encuentra la fuerza que transmuta la oscuridad en luz: “¿Cuándo me he transformado en algo inferior al morir?....El Agua de la Vida está oculta en (la tierra de la oscuridad)” (2).


A propósito de esta actitud vital del derviche, Mawlânâ, en el tercer volumen de su Masnawî, cuenta, con una mezcla irresistible de ternura, humor y lucidez, una deliciosa historia acerca de unos garbanzos hirviendo dentro de una cazuela, saltando desesperadamente para intentar escapar del fuego. Como puede adivinarse, los garbanzos no son otros que cada uno de nosotros mismos, o, si se prefiere, en un plano aún más interior, nuestros mecanismos de impaciencia que hacen lo posible para huir de las cuitas de la aflicción. Ante su intento de escapar, el ama de casa que los cocinaba, agitando su espumadera, le dijo a uno de ellos: “hierve bien y no escapes de quien hace el fuego. No te hiervo porque te odie, sino para que adquieras sabor y te conviertas en nutriente mezclándote con el espíritu (vital): tu aflicción no es a causa del desprecio…debes buscar entregarte. Sigue cociendo en el sinsabor, oh garbanzo, para que no te queden ni la existencia ni el yo” (3). El garbanzo, al comprender el sentido de cuanto le ocurría, contestó: “Puesto que es así, señora, herviré con alegría: ¡ayúdame de verdad! En este hervor tú eres, por así decir, mi arquitecto: golpéame con la espumadera pues golpeas encantadoramente” (4). Con la figura de la cocinera, Mawlânâ pone de manifiesto la necesidad de un guía que nos conduzca por el intricado camino que ha de llevarnos al mundo del auténtico sabor. Pero no cualquiera que se ponga ante los fogones será apto  para “guisarnos”: sólo aquél que, habiendo estado crudo, ha sido cocinado a fuego lento hasta quemarse, podrá acompañar el camino de los demás. Por ello son cruciales las palabras del ama de casa cuando le dice al garbanzo: “Durante mucho tiempo bullí en el tiempo; durante otro largo período en la cazuela del cuerpo. Por razón de estos dos hervores me convertí en fuerza para los sentidos: me volví espíritu y después fui tu maestra” (5).

Si Mawlânâ pudo escribir con tal finura acerca de nuestros más íntimos resortes, fue seguramente porque los conoció de primera mano. Shams al-dîn Tabrîzî, fue para Mevlânâ la figura por excelencia del iniciador que sabe exactamente aquello que el alma de su discípulo necesita. Como explica Leili Anvar-Chenderoff, Shams, conocedor de la conmoción que causó en Mevlânâ, anduvo con él un trecho que tuvo su tiempo de espera, su tiempo de encuentro, y su tiempo de separación, a sabiendas de que esta última era una etapa esencial en su andadura hacia el Amor. Es por ello que Shams, aun conociendo la hondura del dolor que su ausencia provocaría en Mawlânâ, escribió estos hermosísimos y conmovedores versos:

"Aquél que no deseaba,
Que estaba lejos de mí,
No eras tú.
Era tu enemigo, y por ello te hice sufrir,
Porque no eras tú.
¡Cómo podría yo desear hacerte sufrir,
Cuando temería herirte con mis pestañas si besara tus pies!" (6)

Notas:
(1) a (5) Rûmî, Masnawî, volumen 3, versos 4159 y ss.
(6) Shams al-dîn Tabrîzî Mohammad,  Maqâlât, ed. ‘Alî Movahed, Khawârazmî, Teherán, 1369/1990. Maq. 99-100.

Leili Castella es licenciada en derecho y pianista. Rebâbista del grupo 'Ushâq, es coordinadora de las actividades del 'Institut d'Estudis Sufís' y directora de la escuela musical 'Baraka. Música con alma'.