Virtudes caballerescas
Halil Bárcena
Se ha dicho que los preceptos
básicos de la futuwwa o caballería
espiritual islámica constituyen las virtudes fundamentales del ideal de hombre
sufí. En el ámbito mevleví, muy
probablemente fue Husâm al-Dîn Çelebî, íntimo compañero de Mawlânâ Rûmî (m.
1273), a quien el maestro persa de Konya dictó su Masnavî, y hombre muy ligado al espíritu de los gremios de
artesanos, quien introdujo ciertas maneras protocolarias, así como algunos
procedimientos, sobre todo respecto a la iniciación espiritual, provenientes de
la futuwwa. Sea como fuere, lo cierto
es que los derviches mevlevíes, más
que cualquier otra corriente sufí, se
han caracterizado desde sus inicios por el cultivo esmerado del adab o educación espiritual, que también
podríamos traducir por ‘comportamiento recto y caballeroso’; y es justamente en
el adab mevleví donde brillan los
preceptos básicos de la futuwwa, a
los que aludíamos al comienzo, y que podríamos sintetizar en cinco: valor,
lealtad, generosidad, cortesía y franqueza. Lo que hace de un mevleví un derviche digno de dicho
nombre preñado de nobleza es, precisamente, ese puñado de preceptos que pasan
por ser las virtudes distintivas de los derviches inspirados en la senda de
sabiduría y amor de Mawlânâ Rûmî. En el cultivo de dichas virtudes, que no son
sino el fruto maduro de un saber que va más allá del conocimiento habitual,
residen la nobleza y la caballerosidad del derviche. Y es que nada resulta más
innoble que la cobardía, la traición, la mezquindad, la mentira o la vulgaridad.
¡Adab, yâ Hû! reza un viejo aforismo mevleví que decoraba las antiguas jânaqas derviches y que hoy se enseña a los chicos y chicas en las escuelas turcas. El derviche pide revestirse con el manto de la educación espiritual; más aún, pide encarnar dichas nobles virtudes, que sean carne de su carne. Realizarse es identificarse con ellas. Un ejemplo: el derviche no aspira a no mentir. Porque no es lo mismo ser un hombre verídico que no decir mentiras. El objetivo no es luchar por dichas virtudes, sino vivir desde ellas, de iluminar a través de ellas. Así, y sólo así, es como se cumple el consejo de Mawlânâ: "Sé como te muestras y muéstrate como eres".
¡Adab, yâ Hû! reza un viejo aforismo mevleví que decoraba las antiguas jânaqas derviches y que hoy se enseña a los chicos y chicas en las escuelas turcas. El derviche pide revestirse con el manto de la educación espiritual; más aún, pide encarnar dichas nobles virtudes, que sean carne de su carne. Realizarse es identificarse con ellas. Un ejemplo: el derviche no aspira a no mentir. Porque no es lo mismo ser un hombre verídico que no decir mentiras. El objetivo no es luchar por dichas virtudes, sino vivir desde ellas, de iluminar a través de ellas. Así, y sólo así, es como se cumple el consejo de Mawlânâ: "Sé como te muestras y muéstrate como eres".