Ramadân en Sarajevo
Nesrin Cân
Suena la llamada a la oración de primera hora de la tarde ('asr), pero en un maqâm diferente al que que estoy acostumbrada a escuchar desde mi niñez en Estambul. Es más suave, más lánguido, con cierto regusto al maqâm saba utilizado en Turquía en la llamada a la oración de la mañana, a fin de despertarnos suavemente de nuestros sueños, eso que conocemos como el pequeño viaje a otro mundo. Cuando uno oye dicha entonación musical suave y lánguida de los almuédanos bosnios es como si nos transportaran desde el mundo de la materia al mundo
espiritual.
En el jardín de la mezquita Gazi Husrev Bey, del año 1531, merodean grupos de jóvenes estudiantes bosnios, algunas personas mayores realizan 'udû, la ablución previa a la oración. Me parece mentira estar en el corazón de Europa oriental, no muy lejos de Alemania y Austria, y contemplar este paisaje de medersas y mezquitas con sus estilizados alminares apuntando hacia el alto cielo. Las
antiguas tiendas de los orfebres del cobre, los artesanos de la madera, todo aquí me hace sentirse como en casa. En verdad, no soy una turista aquí. Bascarsi, el mercado principal de Sarajevo, es como una ciudad dentro de la gran ciudad; una ciudad de ensueño, como la de los cuentos de la infancia, que hubiese permanecido invariable desde hace cientos años. Es como hallarse en los escenarios de una película sobre el antiguo Imperio Otomano en Europa del este.
Sin embargo, lo que le hace a una despertar de su sueño idílico y bajar a la realidad son los retratos colgados en las esquinas de las calles y avenidas. Son el recuerdo vivo de la masacre que el país sufrió entre los años 1992 y 1995. Los retratos te miran como diciéndote: “¿cómo
podrías olvidarlo?". No son rostros anónimos, todos tienen nombre. Son Emina Omerovic, Fatima Karamustafgic y miles y miles más de vidas segadas ante la impasibilidad del mundo. Cuando se adentra uno en las calles más recónditas se avistan retratos, cientos de retratos, que indican también las edades, no solo los
nombres, de los asesinados. Halil Meta, 20 años; Nermin Poturak, 25 años. Cuelgan los retratos en las calles para no olvidar, pero también para que el visitante foráneo despierte su conciencia mientras come, tal vez, una deliciosa empanada bosnia con yogurt.
Se acerca la hora del iftâr, de romper el ayuno del mes de Ramadân. En un restaurante donde sirven deliciosos platos bosnios, espero la llamada a la oración del atardecer (magrib), que marca el final del ayuno diario. Comienza la oración y nuevamente regresa la normalidad. Por dentro, pido que mi ayuno sea aceptado y tras una basmala me dispongo a sorber un vaso de agua y a ingerir unos dátiles, como es costumbre en este mes tan especial.
En unos instantes comenzará el teravih, la larga oración nocturna especial del mes de Ramadân, que en algunas derghâs sufíes adquiere un valor muy singular, con sus cantos derviches entre oración y oración. Con celeridad apuro mi café bosnio o turco, que para el caso son lo mismo, y me dirijo a hacer 'udû en el jardín de la mezquita de Gazi Husrev Bey recordando algunas aleyas coránicas. Y doy gracias de todo corazón a esos Emina, Fatima y Halil que cuelgan de los retratos, por haber sacrificado sus vidas. Gracias a ellos, a sus vidas segadas, aún hoy alguien como yo puede romper el ayuno en una noche tan suave y lánguida como esta en una ciudad bella pero triste como es Sarajevo.
Nesrin Cân es licenciada en filología hispánica de origen turco.