Sharî'a, una ley cósmica
Halil Bárcena
Muy posiblemente, sharî’a sea el
concepto islámico peor tratado tanto por los medios de comunicación
occidentales como por capas importantes del mismo islam. A menudo confundido
con el fiqh o jurisprudencia islámica -un error con unas consecuencias
espirituales irreparables-, su realidad interior permanece desconocida para
unos y otros. Tal como hemos escrito en otros lugares, sharî’a quiere
decir, primero de todo, ‘camino hacia la fuente’, pero también ‘ley’ u ‘orden’.
Para el sufí, el universo entero se despliega de manera ordenada y armónica. El
tao de la antigua China, el dharma budista, el nomos griego, el asha zoroastriano, el neteru de
los antiguos egipcios, la sharî’a islámica, no son sino conceptos
que, con leves matices diferentes, expresan un mismo principio fundamental: el
orden, la armonía, la ley primordial que gobierna cuanto existe, desde el
cosmos y la naturaleza al propio género humano, puesto que se trata de una ley
primordial tanto existencial como ética. Y es que las leyes del hombre y de la
naturaleza no son del todo diferentes. He ahí uno de los principios
fundamentales de lo que podríamos llamar cosmologia
perennis, parafraseando a Seyyed Hossein Nasr.
La sharî’a, así entendida, no tan solo
tiene que ver con la manera correcta de vivir, sino también con aquellos
principios, leyes y ritmos que permiten que las cosas sean lo que son y como
son. Seguir la sharî’a es recorrer el camino que nos conduce hacia
nuestra fuente y nos hace humanos. De hecho, todo posee su propia sharî’a. No
se trata, por lo tanto, de una ley sólo para los seres humanos, sino para el
cosmos en su globalidad. En este sentido, no es casual que el término coránico umma
designe en árabe tanto a la comunidad de los creyentes como a cada especie
animal. En un sentido amplio y no únicamente religioso, podríamos decir que
todo el universo es musulmán, en la medida que testimonia su islam, es
decir, su entrega libre y confiada a Dios, y muestra su rostro. Dice el Corán:
«¡Todo cuanto hay en los cielos y la tierra proclama la infinita gracia de
Dios.» (Corán 57, 1) Y un poeta como Mawlânâ Rumí (m. 1273) lo ha expresado
así:
“Siento la canción del ruiseñor
embriagado.
Siento una música maravillosa en el
viento.
En el agua, no veo más que la imagen del
Amado.
Y en las flores sólo siento su perfume”.
Por lo que respecta a la operatividad del camino
sufí concreto, la etapa inaugural o sharî’a tiene que ver con las
condiciones de posibilidad del propio camino. Una vez más, lejos de
empequeñecerlas, el sufí ensancha el valor semántico de las palabras. En cierto
modo, la sharî’a constituye el eje de coordenadas que permite avanzar
con un rumbo bien definido, sin errores ni extravíos, trampas o ilusiones.
‘Umar Suhrawardî de Bagdad (m. 1234) decía: “Cuanto
más preciso y exacto es el comienzo, más perfecto es el resultado”. E Ibn
‘Atâ Al·lâh (m. 1309), el sufí egipcio
de Alejandría: “Quien brilla en sus inicios,
resplandece en sus finales”. El sufí es consciente de que el viento sólo es
favorable cuando se tiene rumbo. Pues bien, todo y eso (y algunas cosas más) es
la sharî’a. Un equivalente homeomórfico -por emplear una expresión de
Raimon Panikkar- de la sharî’a en el contexto del yoga de Patañjali, por
ejemplo, lo encontraríamos en las diversas prescripciones de los yama y niyama,
esto es, todo lo que prepara tanto externa como internamente la actitud
correcta del aspirante, y que incluye aspectos éticos y morales, psicológicos,
higiénicos y ecológicos, entre otros. En el misticismo cristiano, por su parte,
correspondería a la via purgativa.