miércoles, 27 de junio de 2012

Istilâhât (Léxico sufí): 'Sharî'a'


Sharî'a, una ley cósmica 

Halil Bárcena



Muy posiblemente, sharî’a sea el concepto islámico peor tratado tanto por los medios de comunicación occidentales como por capas importantes del mismo islam. A menudo confundido con el fiqh o jurisprudencia islámica -un error con unas consecuencias espirituales irreparables-, su realidad interior permanece desconocida para unos y otros. Tal como hemos escrito en otros lugares, sharî’a quiere decir, primero de todo, ‘camino hacia la fuente’, pero también ‘ley’ u ‘orden’. Para el sufí, el universo entero se despliega de manera ordenada y armónica. El tao de la antigua China, el dharma budista, el nomos griego, el asha zoroastriano, el neteru de los antiguos egipcios, la sharî’a islámica, no son sino conceptos que, con leves matices diferentes, expresan un mismo principio fundamental: el orden, la armonía, la ley primordial que gobierna cuanto existe, desde el cosmos y la naturaleza al propio género humano, puesto que se trata de una ley primordial tanto existencial como ética. Y es que las leyes del hombre y de la naturaleza no son del todo diferentes. He ahí uno de los principios fundamentales de lo que podríamos llamar cosmologia perennis, parafraseando a Seyyed Hossein Nasr.  

La sharî’a, así entendida, no tan solo tiene que ver con la manera correcta de vivir, sino también con aquellos principios, leyes y ritmos que permiten que las cosas sean lo que son y como son. Seguir la sharî’a es recorrer el camino que nos conduce hacia nuestra fuente y nos hace humanos. De hecho, todo posee su propia sharî’a. No se trata, por lo tanto, de una ley sólo para los seres humanos, sino para el cosmos en su globalidad. En este sentido, no es casual que el término coránico umma designe en árabe tanto a la comunidad de los creyentes como a cada especie animal. En un sentido amplio y no únicamente religioso, podríamos decir que todo el universo es musulmán, en la medida que testimonia su islam, es decir, su entrega libre y confiada a Dios, y muestra su rostro. Dice el Corán: «¡Todo cuanto hay en los cielos y la tierra proclama la infinita gracia de Dios.» (Corán 57, 1) Y un poeta como Mawlânâ Rumí (m. 1273) lo ha expresado así:

“Siento la canción del ruiseñor embriagado.
Siento una música maravillosa en el viento.
En el agua, no veo más que la imagen del Amado.
Y en las flores sólo siento su perfume”.



Por lo que respecta a la operatividad del camino sufí concreto, la etapa inaugural o sharî’a tiene que ver con las condiciones de posibilidad del propio camino. Una vez más, lejos de empequeñecerlas, el sufí ensancha el valor semántico de las palabras. En cierto modo, la sharî’a constituye el eje de coordenadas que permite avanzar con un rumbo bien definido, sin errores ni extravíos, trampas o ilusiones. ‘Umar Suhrawardî de Bagdad (m. 1234) decía: “Cuanto más preciso y exacto es el comienzo, más perfecto es el resultado”. E Ibn ‘Atâ Al·lâh (m. 1309),  el sufí egipcio de Alejandría: “Quien brilla en sus inicios, resplandece en sus finales”. El sufí es consciente de que el viento sólo es favorable cuando se tiene rumbo. Pues bien, todo y eso (y algunas cosas más) es la sharî’a. Un equivalente homeomórfico -por emplear una expresión de Raimon Panikkar- de la sharî’a en el contexto del yoga de Patañjali, por ejemplo, lo encontraríamos en las diversas prescripciones de los yama y niyama, esto es, todo lo que prepara tanto externa como internamente la actitud correcta del aspirante, y que incluye aspectos éticos y morales, psicológicos, higiénicos y ecológicos, entre otros. En el misticismo cristiano, por su parte, correspondería a la via purgativa.