miércoles, 13 de junio de 2012

El libro del derviche


El libro del derviche

Halil Bárcena


Hay libros -y los sufíes, en general, han sido autores muy prolíficos- que sirven para desvelar una existencia, su entorno y capturar su alma. Pero, el sufismo real no reside en ellos, por muy inspirados que éstos sean. Es en un ser y no en un libro donde los sufíes descifran los secretos que después nos transmiten. Y es que el sufismo no reposa oculto en los anaqueles de ninguna biblioteca de no se sabe dónde, sino en el corazón enardecido de los propios sufíes, hombres exquisitamente humildes y discretos, rigurosos y apasionados; en fin, sinceros hasta la inconveniencia. Escribe Mawlânâ Rûmî (m. 1273):

“El libro del sufí no está hecho de tinta ni de letras:
es sólo un corazón blanco como la nieve.
Las provisiones del erudito son marcas de una pluma.
¿Cuáles son las provisiones del sufí? Marcas de pasos”.

Y es allí, en primer lugar, donde habríamos de encaminarnos a fin de encontrarlo, si es que en verdad deseamos comprender mínimamente qué es eso que denominamos sufismo. A los corazones de los sufíes, que son hoy en día las verdaderas jânaqâs, lo que antaño fueron las tabernas metafóricas cantadas por los bardos sufíes, o sea, los centros de encuentro y estudio donde se transmitía el vino místico de la vía sufí. Mis amigos mevlevíes turcos repiten sin cesar unas palabras muy significativas del músico y al tiempo derviche mevleví Saadettin Heper: “Cuando la jânaqâ se cierra, el derviche mismo ha de convertirse en una jânaqâ”. Heper sabía muy bien de qué hablaba. No en vano, había sufrido en carne propia las consecuencias de la prohibición y posterior intento de desmantelamiento del sufismo y todas sus muestras, tanto públicas como privadas, impuesta por las autoridades kemalistas de la nueva Turquía republicana, tras la aprobación, el 13 de diciembre de 1925, de la fatídica ley 677 del Código Penal.