Kabad, vivir en tensión
Halil Bárcena

La antropología espiritual coránica nos presenta a un hombre creado en tensión o kabad. Dice así el texto coránico: “Laqad jalaqnâ al-insâna fî kadab”, que Abderramán Mohammad Maanán, sin duda el mejor traductor del texto sagrado del islam en lengua castellana, traduce así: “Hemos creado al ser humano en tensión” (90, 4). Y eso es, justamente, lo que caracteriza a la naturaleza humana: el reto y el empeño, que también así podríamos traducir el término árabe kabad, que comparte raíz semántica con kâbid, esto es, hígado. Y es que el hígado es el corazón de los semitas, el órgano del sentir profundo, el que filtra lo que nos afecta y conmueve de verdad. Para el hombre, pues, vivir es vivir en vilo; no hay otra vida posible más que la que se vive de este modo. Y no aceptarlo así es traicionar la naturaleza misma de las cosas, nuestra propia naturaleza en tanto que humanos. Explica Maanán: “Desde que el espermatozoide fecunda al óvulo en medio de una competencia feroz hasta la constitución de la primera célula que se debate por seguir adelante, todo es apremio, afán y esmero”. En otras palabras, la vida constituye para el hombre todo un reto desde la cuna a la tumba, y como tal ha de ser aceptada y vivida, so pena de traicionar lo que en verdad somos.
El kabad es el resorte interno que nos empuja a la aventura del vivir sin cortapisas. Mawlânâ Rûmî (m. 1273) instaba a los suyos a desear tener sed más que a buscar agua. Pues bien, esa sed de la que nos habla el maestro persa de Konya es el kabad coránico: el carácter insaciable del ser humano que, de otro lado, nos habla de lo inabarcable de su auténtica meta, que es eso que llamamos Al·lâh. Vistas así las cosas, por lo tanto, el camino interior sufí no consiste en la búsqueda de un estado ataráxico de imperturbabilidad, en el que las cosas no nos afecten, sino todo lo contrario. El sufismo solo se vive en tensión, porque el sufismo en sí es tensión, la que nos impulsa a salir hacia nosotros mismos, donde late el corazón de la vida. Quien niega el kabad o trata de eliminarlo (¡tarea imposible!) no alcanza ninguna paz que realmente sea verdadera. Solo vive en paz quien realiza su destino como ser humano; y eso exige tensar nuestra musculatura interior para ser capaces de asumir el reto de la vida.