Sufismo, un saber y un sabor
Halil Bárcena

El sufismo es al mismo tiempo un saber (ma’rifa) y un sabor (dhawq). Para el sufí, conocer es, efectivamente, saborear. O sea, conocer es ser y ser es vivir, que significa hacer que algo sea real en uno a base de convertirse en ello (tahqîq). El conocimiento del sufí no es un saber libresco sino un conocimiento unitivo (y unificador), llamémosle así, que persigue la unión con el objeto conocido, en este caso la realidad divina (Haqq), del mismo modo que va implícita en la esencia del amor el que busque la unión total y sin fisuras con el objeto amado. Y todo ello a pesar de que el término ‘unión’, aun teniendo una cierta validez subjetiva y psicológica, resulta inadecuado e impropio, espiritualmente hablando. Más aún, constituye una absurdidad metafísica, puesto que introduce la dualidad en el ámbito de la pura unidad (y unicidad) divina, dado que la unión de lo único realmente existente -Dios, que es la realidad permanente, a ojos sufíes- es un contrasentido. También el término ‘presencia’, huzûr en árabe, que se refiere al estado de quien vive en la presencia de Dios, resulta un tanto absurdo, metafísicamente hablando, puesto que ello presupondría que en algún momento alguien podría vivir en la ausencia de Dios, cuando lo cierto es que nada es existente fuera de la presencia abarcadora de Dios, más allá de que uno sea o no consciente de ello. Sea como fuere, el sufí aspira a una visión directa de la realidad, no siendo la suya una enseñanza sólo racional, como ocurre con algunos filósofos y teólogos, con quienes no congeniaron jamás. Y es que la palabra ‘agua’ no calma la sed, del mismo modo que hablar del vino no emborracha.