El simbolismo del perro
Halil Bárcena

Al igual que el cerdo, el perro no ha gozado de una consideración demasiado benigna en el ámbito de las distintas culturas religiosas abrahámicas. Tenido por un ser impuro y despreciable, el perro fue símbolo de fealdad y salvajismo. Incluso, ciertos sufíes se referían a su nafs al-ammâra o individualidad egótica como 'el perro'. Por el contrario, para las religiones iranias, el perro era un animal cuasi sagrado. De ahí que, según el Dr. Javad Nurbakhsh, el sufismo amoroso persa, que tanto ha bebido de dicho poso sapiencial iranio preislámico, mostrase una actitud mucho más benevolente para con el que algunos designan como el amigo más fiel del hombre. Es el propio maestro nematollâhí Nurbakhsh quien cita unas palabras elogiosas para con los perros de 'Alí ibn Abí Tâlib, primo y yerno de Muhammad, profeta del islam; primer imâm shií y, al mismo tiempo, primer eslabón de todas las cadenas iniciáticas sufíes o silsilas, a excepción de la naqshabandí, de rigurosa (y anómala) orientación sunní. Dice así 'Alí: "¡Feliz aquel que lleve la vida de un perro!, pues suyas son las diez características que debería poseer todo creyente. Primero: no tiene valor entre la gente. Segundo: es un pobre sin bienes terrenales. Tercero: la tierra entera es su lugar de descanso. Cuarto: está hambriento la mayor parte del tiempo. Quinto: no abandonará la puerta de su amo, ni siquiera tras haber recibido cien azotes. Sexto: protege a su amo, lucha contra el enemigo y es amable con el amigo. Séptimo: vigila a su amo durante la noche, nunca duerme. Octavo: lleva a cabo la mayoría de sus quehaceres silenciosmente. Noveno: está contento con lo que su amo le da. Y décimo: cuando muere no deja herencia".