martes, 16 de noviembre de 2010

Amar en árabe


Amar en árabe




Halil Bárcena








Si existe una cultura en la que el amor se haya manifestado de un modo más superlativo en el decurso del tiempo, esa es, sin duda alguna, la árabe, más allá de que nuestra mirada hacia ella se vea hoy enturbiada por ciertos fenómenos políticos, de otro lado, poco saludables. Como apunta, no sin admiración y un pelín de orgullo, el pintor, cineasta y narrador tunecio Nacer Khemir, sesenta (¡60!) son las palabras que la exuberante lengua árabe posee para nombrar eso que llamamos amor. Cuarenta de ellas, aproximadamente, expresan los diferentes matices que el sentimiento amoroso abarca. El resto describe sus consecuencias, no siempre favorables.

Poco sorprende, así pues, que un imaginario amoroso de tal calibre, la expresión escrita en torno al amor haya sido en el caso de las letras árabes tan profusa y dispar. Qué duda cabe que la permisividad coránica respecto de la sexualidad -no olvidemos que en el islam la belleza es un atributo divino y la sexualidad una suerte de acto de fe- ha contribuido sobremanera, digo, a fraguar una fecunda erótica árabe que, a ojos puritanos, no obstante, pudiera rayar en lo libertino. En un hadîz, Muhammad, el profeta del islam, sostiene que los tres máximos placeres que al·lâh le concedió fueron la oración, los perfumes y la mujer.

Lo cierto es que el corpus literario árabe incluye casi todo en cuestión amatoria. En él podemos hallar, por ejemplo, la más encendida apología del amor casto, como es el caso de la llamada poesía 'udhrí de Bagdad que tanto influyó en la escuela literaria de los jóvenes estetas de la Córdoba califal, especialmente en Ibn Hazm, autor de El collar de la paloma. Pero, al lado, de estos héroes de un idealismo refinado y neoplatizante que eran capaces de morir de amor, dos siglos antes encontramos la carnalidad más explícita y sin afeites del poeta de origen persa, aunque de expresión árabe, Abû Nuwâs, muerto hacia el año 815. Ejemplo paradigmático del bon vivant de la época abbasí, Abû Nuwàs supo elevar su pasión pore el alcohol y lo obsceno a la máxima categoría literaria.





En esta misma línea de procacidad amorosa, aunque sin haber logrado el primor retórico del persa Nuwâs, Las mil y una noches no le van a la zaga. Las páginas de tan monumental obra están entreveradas de pasajes que recrrean relaciones, por supuesto, heterosexuales, pero también homosexuales, incluida su vertiente lesbiana, e incluso aquellas que rozan el más puro bestialismo.

Más cercano al idealismo amoroso de la poesía 'udhrí, topamos con la literatura sufí de corte místico de los siglos XII y XIII, fundamentalmente, encarnada en el cairota Ibn al-Fârid o el andalusí Ibn 'Arabí, autor éste último del Tratado del amor, expresión máxima del sentimiento amoroso plasmada en la literatura. En el seno del islam, el sufismo constituye una verdadera escuela de amor. En ella, sin embargo, el deseo amoroso que se profesa va dirigido a la divinidad. Lo realmente turbador, con todo, es que ciertas imágenes poéticas cultivadas por los vates sufíes -la alabanza del vino, sin ir más lejos- les emparejen, aunque desde perspectivas diferentes, con la poesía mundana.

Culminan nuestra somera inmersión amorosa en las letras árabes los tratados erotológicos o libros del bian amar, entre los cuales cabe mencionar El jardín perfumado del supuestamente tunecino Nefzawi, quien lo habría escrito a principios del siglo XV. En él se da, al igual que en la restante literatura erótica oriental, lo que la profesora puertorriqueña Luce López-Baralt ha denominado con sumo acierto una "coextensividad de lo sexual y lo sagrado".


En las páginas de Nefzawi, el placer derivado del encuentro sexual es concebido como un anticipo del Paraíso y de la contemplación cara a cara de la divinidad. Otro tratadista de la erotología no menos audaz que Nefzawi, esta vez un anónimo morisco español expulsado a Túnez allá por el 1609, equipara el coito en su obra... ¡a la plegaria! Lo dicho, en pocas lenguas se ha pronunciado la palabra amor de forma tan sublime y superlativa como en la árabe.


(Publicado en la revista Palimpsestos nº 11, primavera 1997, pp. 9-10)