El fuego de los músicos
Halil Bárcena

El extraordinario cantante Alim Qasimov, rey del mugam azerí, afirmaba, recientemente, con motivo de la edición del CD Spiritual music of Azerbaijan, interpretado al alimón con su hija Fergana: "Para ser músico hay que tener un fuego que te quema por dentro". En otras palabras, que los músicos lo son porque les arde fuego en su interior; un fuego que en el caso de los grandísimos músicos, como el mismo Qasimov, adquiere proporciones devastadoras. También el irlandés Van Morrison, que cumplió 65 años de edad el pasado 31 de agosto y ahí continúa, como si nada, brindándonos perlas sonoras de una belleza conmovedora, pertenece a dicha casta de músicos volcánicos en cuyo interior arde el fuego del Arte con mayúsculas.

Uno de los momentos más bellos y profundos de la dilatada carrera del León de Belfast está estrechamente ligado a otro músico de fuego, el malogrado cantante y trompetista de jazz Chet Baker. En 1986, dos años antes de su trágica muerte, el jazzmen norteamericano ofreció un concierto memorable en el legendario Ronnie Scott's Jazz Club, sito en el número 47 de la calle Frith del Soho londinense, en el que interpretó, con ese aire cool tan suyo, algunos de sus standards preferidos, entre ellos Send in the clowns, acompañado a la voz por un Van Morrison sencillamente deslumbrante. Era Nabokov quien sostenía que en el arte elevado y en la ciencia pura el detalle lo es todo. Pues bien, el disco Love for sale, que recoge aquel concierto en el Ronnie Scott's, rebosa detalles soberbios. Y es que nos hallamos ante un ejemplo inmejorable de lo que en verdad es arte elevado, arte que nace del fuego interior que quema por dentro al artista.
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