lunes, 1 de marzo de 2010

De pecho a pecho


"Se aprende más

de la presencia de una persona
que de un libro"

Mawlânâ Rûmî (m. 1273)





Comentario:
El libro del derviche no está escrito con tinta ni letras. Sus palabras no permanecen varadas en las páginas bien cosidas de un ejemplar impreso, sino que caminan por doquier, mezclándose con unos y otros, en cualquier rincón donde lata la vida. Del profeta Muhammad se decía que era el Corán andante, puesto que había hecho carne de su carne cada aleya, cada azora del libro sagrado. Por eso su presencia tenía el sabor de lo auténtico. El libro del derviche es él mismo, sin doblez ni distancia entre cuanto afirma y lo que muestra. Nada sustituye en el camino la presencia de alguien así, y menos aún las letras muertas de un libro. El profeta Muhammad instaba a los suyos a tomar el conocimiento del corazón de los hombres. Por eso, más tarde, los derviches dirán que el conocimiento sufí se transmite "de pecho a pecho". Podemos manipular un texto, forzarle a decir cuanto deseamos, pero no sucede lo mismo con la presencia insobornable del sabio, a quien nada aparta ni un milímetro de su compromiso con la verdad. De un libro apreciamos cuanto dice, pero de un sabio nos conmueve no sólo lo que dice, sino, sobre todo, cómo dice lo que dice. Pasar la vida entre libros puede servirte para que te conviertas en un erudito, pero ello no te garantiza ni el despertar interior ni tampoco la felicidad. Por muchos conocimientos que hayas acumulado, por muy docto que seas, si en ti y a tu alrededor no crecen la paz, la libertad y -¡cómo no!- la alegría, tu ejemplo servirá de poco, muy poco, casi nada. Con todo, que nadie se confunda, no afirmamos que los libros no sirvan para nada, sino que se aprende más, mucho más, de la presencia de una persona. Y es que la palabra escrita es plata, pero la palabra dicha, cuando brota del corazón silencioso, es oro. Halil Bárcena