lunes, 15 de junio de 2009

Cuentos: Ver, no buscar


El pez grande y el pez pequeño




Un pez pequeño le pregunta a un pez más grande:
- ¿Dónde está el océano?, porque aquí no hay más que agua.
Respondió el pez grande, un tanto contrariado por tan extraña pregunta:
- ¿El océano? ¡... pues esto es el océano!
El pez pequeño lo miró con discplicencia... y marchó a seguir buscando.

En el camino no hay que buscar; lo que hay es que ver.

Halil Bárcena


viernes, 12 de junio de 2009

Ni lo bello ni lo feo


"Tanto da que lo que te aparte de Él
sea una forma bella o fea.
Tanto da que lo que te aleje de Él
sea la religión o la incredulidad"

Mawlânâ Rûmî (m. 1273)





Comentario:

Gracias a los sabios sufíes, entre otros, hoy, por fin, sabemos que espiritualidad y religiosidad no son sinónimas. Hoy, sabemos también que religiosidad y cualidad humana profunda tampoco significan ni implican lo mismo. Hay muchos hombres de religión (hombres y mujeres, se sobreentiende) cuya cualidad humana es escasa, por no decir nula. El dios de los religiosos no existe, no es eso Dios, por lo tanto resulta tan absurtdo sostenerlo como rechazarlo vehementemente. No es esa, pues, la batalla del derviche. Una u otra actitud apartan de lo real. Lo realmente real, lo único que en verdad es, el Amigo del que hablan los derviches, no cabe ni en formas ni en formulaciones, ya sean éstas bellas u horripilantes. Lo bello, que no es más que lo que subjetivamente nos satisface o agrada, también nos aleja del camino de la comprensión de la naturaleza real de las cosas, algo que a menudo se olvida. Cuando lo bello se confunde con lo que nos interesa, se convierte en un velo que oculta y ciega, que separa y confunde, pero eso poco tiene que ver con la Belleza con mayúsculas, que es el esplendor de la verdad. Y es que la rosa es el perfume, pero también las espinas. En resumen, se ha de romper la cáscara, dicen los derviches, para degustar el fruto. Halil Bárcena

Del ritmo y la geometría


Arte islámico:

del ritmo y la geometría


Halil Bárcena





Dos son los elementos, rigor geométrico y ritmo melodioso, que combinados pretenden mostrar plásticamente la que es la intuición espiritual fundamental expresada en el Corán, esto es, el tawhîd o unidad absoluta de la existencia, que afirma que "No hay más divinidad que Dios" (Lâ ilâha il.lâ Al.lâh), lo cual, expresado en términos no teístas y más laicos, quiere decir que no hay más realidad que la realidad realmente real. Sólo lo real es, y no mi interpretación de ello.

Ambos elementos, geometría y ritmo, los hallamos, por ejemplo, en la caligrafía, tal vez la más singular y original de las diversas manifestaciones artísticas islámicas; pero, también, en las distintas músicas cultas islámicas (persa, turca, árabe e, incluso, indopaquistaní), así como en la arquitectura, de la que nos ocupamos aquí, más concretamente. El entrelazado geométrico, rítmicamente combinado, constituye la forma predilecta de los artistas y artesanos musulmanes, al objeto de plasmar el tawhîd, la unidad subyacente que está bajo la variedad inagotable de lo existente. En sus manos, el rigor geométrico y el ritmo melodioso persiguen expresar la armonía del mundo, que no es sino otra forma de referirse a la unidad de la multiplicidad (al-wahda f al-kazra), equivalente a la multiplicidad en la unidad (al-kazra fi al-wahda).

lunes, 8 de junio de 2009

Olvidar y... recordar


"Si alguna vez has gustado el azúcar, aunque te fuera ofrecida en cien diferentes tipos de
halva [dulce oriental], reconocerás su sabor. Aquél aue mordió una vez la caña de azúcar, si luego no reconoce su gusto, ¡sin duda tiene dos cuernos!".


Mawlânâ Rûmî (m. 1273)



Comentario:
Afirman los derviches que el hombre es, por naturaleza, un ser fundamentalmente olvidadizo. Lo olvidamos todo, incluso qué somos. De ahí que, según ellos, la tarea fundamental en el camino interior sufí, la única que en verdad cuenta, sea el recuerdo o dhikr. Pronto, los derviches dieron en llamarse ahl ad-dhikr, o lo que es lo mismo, "los del recuerdo". Y es que lo que primero caracteriza a quienes hollan la senda sufí es su capacidad de recordar o, dicho de otro modo, de no olvidar. Recordar, que quiere decir traer algo, nuevamente, al corazón, el cordis latino; actualizarlo, hacerlo presente una y otra vez. No obstante, el recuerdo no es, para el derviche, un mero ejercicio de la memoria. Recordar es rememorar, sí, pero también, y sobre todo, reconocer. Pero, ¿recordar o reconocer qué? o ¿no olvidar qué? Pues, lo que siempre se ha sido y se es, pero se ha olvidado, fruto de la ignorancia y el deslumbramiento que produce en nosotros el brillo efímero de lo cotidiano. Recordar lo que verdaderamente se es; reconocer lo único que realmente es. Así pues, somos seres olvidadizos, pero, afortunadamente, nada se pierde en la consciencia humana. Y ese es el gran aliado interior que todos, sin excepción, llevamos dentro. Quien probó una vez la dulzura del amor, lo reconocerá de nuevo, a no ser que, ¡ay!, más que un hombre se sea un buey... ¡o un asno!, que entonces, sí, será demasiado tarde, pero para todo. Halil Bárcena