"Solía ser recatado.
Tú me hiciste cantar."
Solía rechazar las copas de la mesa.
Ahora pido vino a gritos.
Con dignidad sombría solía sentarme
en mi estera a rezar.
Ahora los niños la atraviesan,
haciéndome muecas"
Mawlânâ Rûmî (m. 1273)

Comentario:
El derviche preconiza un combate feroz contra el error y contra la pereza moral, pero también contra toda afectación. Y es que en la senda interior se transita con naturalidad, jamás con gesto artificioso y rebuscado. De ahí que sea un imperativo espiritual desenmascarar tanto la moralidad hueca de la religión, como la gravedad afligida de una cierta espiritualidad, que no es sino sentimentalismo y pedantería metafísica al cabo, que se toma a sí misma demasiado en serio, lo cual constituye el más ponzoñoso de los venenos. Así pues, el derviche, desbordante de gracia en el interior, ha dejado atrás toda timidez y recato, para vivir y beber; vivir plenamente y beber sin medida. Vivir y beber, y cantar la belleza, esplendor de la verdad, que anuncia lo divino en todo, incluso la mueca de un niño. Y... ¡nada más! Es de torpes aferrarse a los ritos y las reglas, si bien ignorarlos gratuitamente constituye una temeridad y, en un momento dado incluso, un incumplimiento del deber. ¿Rezar? Para el derviche, la atención perfecta, presencia viva, es oración. Halil Bárcena