Halil Bárcena, "Perlas sufíes. Saber y sabor de Mawlânâ Rûmî" (Herder, 2015).

«Es verdad que jamás un amante busca a su amado sin haber sido buscado antes por éste» (Mawlânâ Rûmî, Maznawî III, 4393. Traducción: Halil Bárcena).

¡... Eyval·lah ...!

AVISO PARA NAVEGANTES

Amigas y amigos, salâms:

Bienvenidos al blog del "Institut d'Estudis Sufís" de Barcelona (Catalunya - España), un centro catalán e independiente, dedicado al estudio de la obra del sabio sufí Mawlânâ Rûmî (1207-1273) y el cultivo del sufismo mevleví por él inspirado, en nuestro ámbito cultural.

Aquí hallarán información puntual acerca de las actividades públicas (¡... las privadas son privadas!) que periódicamente realiza nuestro instituto. Dichas actividades públicas están abiertas a todo el mundo, ya que nadie ha encendido una luz para ocultarla bajo la cama, pero se reserva siempre el derecho de admisión, porque las perlas no están hechas para los cerdos.

Así mismo, hallarán en el blog diferentes textos y propuestas relacionados con el islam, el sufismo y la sabiduría tradicional. Es importante saber que nuestra propuesta sufí está enraizada en la sabiduría coránica y la
sunna muhammadiana, porque el sufismo es el corazón del islam, pero el islam es el corazón del sufismo.

El blog está pensado como una herramienta de trabajo para todos aquéllos que tienen un sincero interés por Mawlânâ Rûmî, en particular, y la senda del sufismo islámico, en general. Por ello, sus contenidos se renuevan puntualmente. Si se suscriben al blog podrán recibir información puntual sobre todas las novedades que se produzcan.

Para cualquier tipo de consulta o información, no duden en ponerse en contacto con nosotros, a través de nuestra dirección de correo electrónico: sufismo786@yahoo.es

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Reciban un cordial saludo, sean quienes sean y lo que sean, estén donde estén, y muchas gracias por su visita. Huuu...!

Halil Bárcena

Director de l'IES

Yâ man Hû...!

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jueves, 23 de diciembre de 2010

Cuentos: La humildad


La humildad




Un joven aspirante a derviche se dirigió un día en estos términos a su pîr o maestro espiritual:
- Amado maestro, deseo que me enseñes la humildad.

Y esta fue la respuesta del pîr:
- No, no puedo hacerlo, porque la humildad es maestra de sí misma. Se aprende mediante su propia práctica. De tal manera que si no la puedes practicar tampoco la podrás aprender.


La humildad, como el amor o la generosidad, no se puede enseñar. Se aprende a ser humilde siendo humilde, igual que se aprende a amar amando. Y lo mismo sucede con el arte o la espiritualidad. En el camino interior todo se puede aprender y nada o casi nada es lo que se puede enseñar.



Halil Bárcena

Halil Bárcena, el meu Nadal


El meu Nadal






1. ¿Què és el Nadal per a tu?

Halil Bárcena: El Nadal fou quelcom, però ja no és res, tret d’un record, bell record, d’infància. El Nadal fou l’espai de la màgia i la il·lusió. Al Nadal venien els Reis, que eren mags i eren d’Orient, i portaven regals, no molts, és cert, però més que suficients, si tenim en compte que la meva fou una infància de força privacions. Però, insisteixo, d’això ja fa molts i molts anys. Els temps canvien i amb ells els sentiments. I ara, per a mi, el Nadal és les vacances d’hivern, un temps propici per a viatjar.

2. ¿Com el celebraràs?

H.B. Com ha estat costum en els darrers anys, força anys ja, aprofitaré les vacances nadalenques per a viatjar lluny, molt lluny, on el temps és benigne i convida a somniar. És a dir, faré el mateix que fan tants i tants catalans, viatjar. Però, si us plau, que ningú no es confongui, perquè viatjar no és fugir, viatjar és... ¡viatjar! Això sí, la nit de Reis, sigui on sigui, hi haurà regals. I és que és tan bonic donar, quelcom que els Reis, que eren mags i venien d’Orient, ens ensenyaren fa molt i molt de temps. I això alguns no ho hem oblidat.

(Entrevista realitzada per Mireia Rourera per al diari en català Avui, 25-12-2010, p. 27)

Cine: "Poesía" de Changdong Lee



La poesía de Poesía,

film del coreano Changdong Lee



Lili Castella





La historia de Mija Yang es una historia aparentemente anodina e insignificante. Mija es una señora dulce y llena de delicadeza a la que le gusta llevar sombreros floreados y vestir ropa elegante, vive en una ciudad coreana de provincias con su nieto adolescente, y trabaja asistiendo a un anciano impedido y malhumorado. Un día, sin embargo, la vida de Mija empieza a cobrar una intensidad inusitada puesto que se ve enfrentada a asumir un anhelo y un reto. El anhelo es aprender a escribir poesía, y el reto, asumir que su nieto participó en un acto de terrible violencia que llevó al suicidio a una compañera de colegio. De esto trata Poesía (2010), película dirigida por el cineasta coreano Chandong Lee, autor también del magnífico guión del film.

Pero, volvamos a Mija y la primera clase de poesía a la que decide asistir. Ese día, el profesor explica algo que Mija no olvidará jamás. Afirma el profesor que para escribir poesía tan sólo una cosa es necesaria: aprender a ver. Pero, ¿ver qué? Todo cuanto nos rodea, por cotidiano o feo que pueda parecernos. Y es así como el anhelo y el reto a los que se enfrenta nuestra protagonista empiezan a dialogar entre sí hasta hacerse uno. El anhelo de Mija por ver es limpio y sincero, puesto que quiere verlo todo, le guste o no, le duela o no. Y, así, empieza a ver las hojas mecidas por el viento y el laboratorio en el que los adolescentes violaron a la niña, las flores rojas y el río al que la niña se arrojó, el sabor del fruto maduro y el dolor de la madre de la niña. Ver la realidad tal cual es, se vuelve para Mija en centro irrenunciable e insobornable. Tener dicho centro otorga a la Sra. Yang, tan aparentemente frágil y delicada, una fuerza inusitada. No proyecta su dolor sobre nadie, no rehúye nada, no juzga nada ni a nadie: sólo ve la realidad y actúa en consecuencia, como corresponde. En palabras del gran maestro sufí Abû Madyan (m. 1198) “Cumplir plenamente lo que corresponde a cada momento significa controlar los movimientos interiores y cumplir con lo que exige la realidad de cada instante” [1]. Es decir, existe un actuar que no nace de la mirada superficial sino del ver en profundidad, que no nace del pesar o de la alegría, de lo que a uno le gusta o le disgusta, sino de lo que exige la realidad: es, pues, un actuar desde el centro obejtivo.

Y continúa Abû Madyan: “¿No sabe acaso el ‘ârif [hombre de conocimiento] lo que el instante le reclama? Cada momento le solicita con una forma distinta de obediencia a Dios” [2]. El actuar al que se refiere el maestro andalusí no es un actuar en función de la moral, siempre rígida y estática. Ello lo sabe bien nuestra protagonista, que, guiada únicamente por el ver, transgrede los principios morales que hasta el momento habían regido su conducta, de modo que no duda en mentir, complacer sexualmente a su paciente o incluso hacer detener a su nieto. Y todo ello lo hace con dulzura, sin juzgar, por amor y compromiso a la verdad de lo que ve.



En el actuar de quien ve, nada es lo que parece. Nada es más doloroso ni desgarrador para Mija que no encubrir a su nieto y denunciarlo. Pero Mija parece comprender que hay algo sagrado y un enorme respeto a la realidad y a los demás, en dejar que cada cual asuma sus pruebas. Por esto es absolutamente conmovedora y tierna, por lo que tiene de cotidiana e íntima, y sin embargo poética, la escena en que Mija, sabiendo inminente la detención, comprueba, como si de un ritual de limpieza se tratara, que no quede ni el más mínimo rastro de suciedad en los pies de su nieto.

La lucidez de quien ve y comprende, tiene un alto precio. En el caso de Mija es hacerse uno con el destino de la niña que murió. Mija, que no asiste a la última clase de poesía pero deja un precioso ramo de flores en la mesa del profesor (el agradecimiento… ¡siempre el agradecimiento!), ha sido la única del grupo capaz de escribir un poema. Pero no es la voz en off de Mija quien lo lee, sino la de la niña.

Notas:
(1) y (2) Sheij Ahmad Al- ‘Alâwî, El fruto de las palabras inspiradas. Comentario a las Enseñanzas de Abû Madyan de Sevilla, Córdoba: Almuzara, 2007, pp. 355-356.


Lili Castella
es licenciada en Derecho. Pianista y rebabista del grupo 'Ushâq. Coordinadora de activdades del Institut d'Estudis Sufís de Barcelona

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Jafar Panahi, condenado



En defensa de Jafar Panahi



Halil Bárcena






Uno de los cines más creativos e innovadores que se está haciendo en el mundo, desde hace ya unos cuantos lustros, es el iraní; y ello a pesar de las condiciones tan adversas impuestas por un régimen de religiosos iluminados empecinados en hacer la vida imposible a un pueblo culto y de fértil profundidad histórica que, sin duda, se merecería algo mucho mejor. Pero eso es lo que ocurre cuando los religiosos pretenden dirigir desde el poder el destino de las personas y de los pueblos. La última mamarrachada del regimen iraní le ha tocado en suerte al afamado cineasta Jafar Panahi, director de El círculo, León de Oro en el festival de Venecia del 2000, y Offside, Oso de Plata en el festival de Berlín del 2006, dos largometrajes extraordinarios. El caso es que un tribunal iraní lo ha condenado, junto al también cineasta Mohamed Rasulov, a seis años de prisión, acusado de preparar un film en contra del actual presidente de la República islámica, Mahmud Ahmadineyad. Sin embargo, todo el mundo sabe que el verdadero crimen de Panahi no es otro que el apoyo prestado, meses atrás, a la oposición democrática iraní en su denuncia del tongo electoral producido en las últimas elecciones presidenciales, en las que se impuso Ahmadineyad de forma un tanto irregular. Esperamos y deseamos que tanto la oposición interna iraní (Abbas Kiarostamí, padre del cine iraní contemporáneo ya se ha pronunciado a su favor) como la presión internacional surtan efecto y Panahi sea liberado en breve.

Salud y meditación en TV2


Salud y meditación en televisión



No es muy frecuente que las televisiones se preocupen por temas relacionados con la espiritualidad y, menos aún, que se invite a hablar a alguien desde el sufismo, una tradición de sabiduría que tiene tanto que decir al respecto. Es cierto que, a lo visto, la única puerta de acceso a lo espiritual en nuestro entorno, al menos la más habitual, es la de la salud o la terapéutica. Es decir, si algo cura es reconocido, dado el valor supremo que nuestra sociedad concede al hecho de encontrarse bien. Así, corremos el peligro de que las grandes tradiciones de sabiduría orientales (zen, yoga y sufismo, pongamos por caso) sean reducidas a meras terapias en nuestro occidente de hoy, tan desorientado y tan desmantelado axiológicamente hablando. El pasado día 22 de diciembre, en el programa "Para todos la 2", del segundo canal de TVE, emitido desde los estudios de Sant Cugat para todo el Estado español, tuvo lugar una tertulia sobre salud y meditación, en la que participaron la Dra. Gloria Borràs, ginecóloga y experta en yoga; Natalia Caycedo, psiquiatra, hija del Dr. Alfonso Caycedo, creador de la sofrología; y Halil Bárcena, director del Institut d'Estudis Sufís de Barcelona. Si deseas ver lo que allí se dijo, aquí tienes el vídeo:

lunes, 20 de diciembre de 2010

Tener un centro



Tener un centro


Halil Bárcena





Tener un centro. Así titula el metafísico musulmán Fritjof Schuon uno de sus libros, a mi modo de ver, más sugerentes y aguijoneadores. Según Schuon, ser una persona normal es ser homogéneo, y ser homogéneo es tener un centro. "El hombre normal", prosigue Schuon, "es aquel cuyas tendencias son, si no completamente unívocas, al menos concordantes, es decir, suficientemente concordantes para poder vehicular ese centro decisivo que podemos denominar el sentido del Absoluto o el amor a Dios". Tener un centro, algo tan difícil y poco común en nuestra atribulada, descentrada y dispersa contemporaneidad, constituye la preocupación mayor del sufismo.





Es preciso recordar que tener un centro en modo alguno significa estar siempre bien. Y es que tener un centro es totalmente independiente del pesar y la alegría. Quien tiene un centro, quien descubre y habita para siempre en el centro de su centro, ve pasar ante sí tanto la primavera como el otoño, y puede hacerlo con lágrimas en los ojos o con una dulce sonrisa de felicidad en sus labios, pero, más allá de las emociones puntuales, el centro no se pierde jamás. Y es que poco importa que uno se halle dilatado, expandido y contento (a dicha fase los sufíes la denominan bast) o que, por el contrario, alguien se encuentre contraído y pesaroso (qabd, en el lenguaje técnico sufí). En otras palabras, el centro, que en el plano físico podríamos localizar por debajo del ombligo, en el vientre, ahí donde los japoneses sitúan el hara y desde donde danza el derviche mevleví, se halla más allá de las circunstancias precisas, ya sean estas dulces o amargas, y de cualquier contingencia.

La primera labor a realizar cuando uno se inicia en la senda sufí (¡algo válido para cualquier actividad vital!) es colocar correctamente el eje de coordenades. Expresado en términos marineros, sería saber por dónde sopla el viento. Y es que el viento sólo es favorable cuando el rumbo está bien marcado. Sin embargo, en modo alguno es suficiente con esto. El paso siguiente es tener un centro, pero para tenerlo es preciso hallarlo previamente. Descubrir el centro requiere dos cosas: primero, una comprensión intelectual clara de qué es el centro y de qué hablamos cuando hablamos del centro; y, en segundo lugar, un trabajo práctico específico que incluye también la corporalidad, tal como, por ejemplo, llevan a cabo los derviches mevlevíes en su aprendizaje de la danza circular, una de cuyas finalidades es, justamente, descubrir el centro, que se halla en la región umbilical, y fundirse en su quietud vibrante.



Sumergirse en el descubrimiento del centro constituye un paso mucho más serio, comprometido y determinante de lo que uno pudiera imaginar a priori. Y es que tener un centro y habitar en él comporta haber desplazado el centro vital desde el que uno es. Tener un centro significa haber dejado atrás todo egoísmo, para residir en la presencia de lo único que verdaderamente es real y que reside más allá de las trampas que el ego nos impone. Por consiguiente, trabajar por descubrir y tener un centro no es un juego que se realice dos veces por semana, en sesiones de mañana o tarde, como hoy se publicitan tantas cosas en el supermercado espiritual occidental. Tener un centro es una labor de años. Dice Mawlânâ Rûmî (m. 1273): "Se necesitan años para que el rubí obtenga del sol su color, su brillo, su esplendor". Años y mucha determinación y lucidez, puesto que los años, sin más y por sí solos, no garantizan jamás nada.

Es preciso saber qué se está construyendo y sobre qué se está construyendo, si bien a veces el camino interior no sea sino echar abajo todo constructo egoico que hayamos podido edificar. Dicho sin embudos, la querencia más o menos volátil por la poesía (¡tan embriagadora, como dicen algunos cursis y esnobs!) de Rûmî, el gusto por la música sufí, el interés por las (mal llamadas) danzas sufíes, un cierto gusto por lo alternativo (desde la alimentación y la forma de vestir, a ciertas ideas perversamente bienintencionadas), todo eso no es suficiente (¡me atrevería a decir que es contraproducente incluso!) para hollar la senda sufí de manera firme y real. Sobre toda esa serie de vaguedades (que en el peor de los casos no pasan de ser modas) propias de un instante histórico como el presente, tan fluctuante y enfermizante débil, tan carente de solidez y firmeza, no se puede asentar nada consistente que nos permita alzarnos por encima de los caprichos y cortedad de miras de nuestro ego. Al fin y al cabo, todo eso no dejan de ser entretenimientos, como pudieran ser otros. Como mucho llegan a convertirse en formas cultas y espirituales (que en algunos casos quedan muy bien) de perder el tiempo. Pero, nada de eso ayuda a descubrir y tener un centro.



Tener un centro exige fortaleza personal, pero sobre todo vaciamiento. Quien aspire a tener un centro ha de vaciar su mente, su corazón y... ¡la agenda! Tenemos, digámoslo así, muchos (¡demasiados!) centros (¡que además nos descentran más y más!), pero no un centro. Y el caso es que sin este centro, el único que cuenta y el único que merece ser llamado centro, no hay nada que hacer en nada, no ya en el ámbito espiritual, sino tampoco en el vital, si es que ambos se pueden deslindar tan fácilmente. Tener muchos centros y una agenda de relaciones y actividades llena puede convertirnos en hombres (o mujeres) poderosos, pero sólo quien tiene un centro se convierte en un hombre (o mujer) de poder.

Volviendo a Schuon, podríamos afirmar que quien posee un centro, el ser humano homogéneo, según su propia terminología, es una persona madura espiritual y vitalmente hablando, alguien capaz de producir y ofrecer los frutos (¡los más dulces!) de su recuperada unidad. Al fin y al cabo, la inmadurez, que no siempre tiene que ver con la edad, aunque durante la juventud esto aún no se puede comprender en su totalidad, no es sino una forma de concebir las cosas basada en la ignorancia de las leyes de la vida. A mayor abundamiento, sólo tener un centro otorga paz, la gran paz interior de quien se sabe uno unificado, y habitado por el mismo dinamismo vital que anima a las rosas, los océanos y las estrellas que pueblan las noches despejadas. Alguien, además, que posee un centro es siempre digno de confianza, a diferencia de quien está disperso y descentrado. Y lo es puesto que significa que no carece de eje interior. De ahí que en presencia de alguien que tiene un centro uno pueda sentirse por momentos en paz, o lo que es lo mismo, centrado.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Firâsa, una mirada penetrante


Firâsa,
una mirada penetrante



Halil Bárcena







Las hagiografías sufíes, que alimentan buena parte de la piedad popular islámica, recogen a menudo numerosas karamât o acciones extraordinarias, milagrosas podríamos decir incluso, llevadas a cabo por aquellos que el Corán denomina awliyâ' o amigos íntimos de Al·lâh, es decir, los maestros sufíes realizados, mal llamados santos sufíes, puesto que en la espiritualidad islámica no existe algo parecido a la santidad, tal como se conoce, por ejemplo, en la tradición cristiana. Según los primeros tratadistas sufíes, Hujwîrî (m. 1071) por ejemplo, todo el sufismo reposa sobre la wilâya o proximidad (en tanto que intimidad) a la divinidad. El walî (pl. awliyâ'), esto es, el amigo íntimo de Al·lâh, es alguien que dada su naturaleza espiritual se dice que vive bajo una protección especial. Dicho de otro modo, el walî y, por extensión, el sufí realizado, no es un hombre poderoso, ya que nada posee, pero sí es un hombre de poder Afirma el texto alcoránico de los que viven en la proximidad divina: "Ciertamente, los amigos de Al·lâh no experimentan temor alguno y no estarán tristes" (10, 62).

De entre los poderes atribuidos a los awliyâ', recogidos en las obras hagiográficas sufíes, destacamos lo que en árabe se conoce como firâsa, que la islamóloga Annemarie Schimmel tradujo por "cardiognosia" o lectura del corazón. En efecto, el sabio sufí, en virtud de su proximidad a Al·lâh, esto es, de su grado de desarrollo espiritual, es capaz de ver en el interior del corazón del discípulo (o de cualquiera que se muestre ante él). Los primeros tratadistas sufíes aseguraban que el verdadero sufí es capaz de ver más allá del velo de las apariencias dado que, como afirma Mawlânâ Rûmî (m. 1273): "Ese ve gracias a la luz de Al·lâh, pues ese es el medio para saber lo que se oculta bajo la piel" (Masnaví I, 3520-21 ).





No cabe duda que el lenguaje de las hagiografías sufíes está profundamente mitologizado, lo cual puede confundir -¡hasta extraviar!- al lector laico de hoy. Pero, hay algo en el concepto de firâsa que debe ser retenido, más allá de su presentación en tanto que milagro, aspecto éste que nos interesa bien poco. En otras palabras, el sufí es quien ve de verdad, quien posee la capacidad de penetrar la realidad con su mirada. Dado que se ha vaciado, que vive desposeído de sí mismo, el sufí, cuando mira, ve la realidad, cosas y personas, tal como son. La del sufí es una mirada que no juzga, sino que describe lo que hay, más allá de las simples apariencias, en las que se enreda y enzarza la mirada vulgar; la suya es, pues, una mirada objetiva, y ya se sabe que ser objetivo es morir un poquito a sí mismo.

El ser interior del sufí es como un espejo bruñido, de tal modo que los hechos, cosas y personas se reflejan en él tal como son. De ahí que al sufí no se le escape nada. Ese y no otro es el secreto, el milagro incluso, que se esconde tras la mirada del sufí, que ve porque en su interior no hay nada, con lo que todo puede reflejarse en él sin distorsión alguna. Por el contrario, quien vive enredado en la maraña de sus emociones cambiantes es incapaz de ver nada, más allá de la corteza de las cosas, pues sus ojos están enturbiados. La mirada del sufí es penetrante, de acuerdo, pero ¿es triste también? A veces, podría serlo; y la razón es que él es el único capaz de ver la necedad humana tras el velo de las falsas apariencias, el fondo de egoísmo e hipocresía que subyace a tantos actos bienintencionados, tantas palabras grandilocuentes e hinchadas de trascendentalismo (¡amor, amistad, espiritualidad, sin ir más lejos!), pero a la postre hueras. Es de suponer que por todo ello un viejo derviche persa, cuyo nombre tanto da ahora, dijera una vez que ver es sufrir. Y es que el precio de la visión, el de la lucidez implacable, es muy alto.

Dîwân de Hal·lâj (14)



Dîwân de Hal·lâj (m. 922)






14
1. Els secrets íntims que guarda són l’intèrpret del meu cor
quan es troba amb el teu cor en el secret.

2. Però, ¿què succeeix al secret del meu cor,
que per a ell cobejo el secret del teu? (1)

3. ¿I què passa amb els negocis,
que se’m mana d’acomplir-los quan ja ha conclòs el meu
destí?

4. I a la paciència de la meva paciència, ¿què li passa,
que se’m mana de tenir-ne quan tant escasseja en mi?


Notes:
(1) El poeta juga en els dos primers versos del poema amb el doble significat del mot àrab sirr, que vol dir ‘cor’ i ‘secret’.


(Traducció de l'àrab al català a càrrec de Halil Bárcena)

Libros: Jack London


Jack London
El lobo de mar
Madrid, Alianza Editorial, 2008



Bajo la apariencia de un simple libro de aventuras, El lobo de mar, de Jack London, esconde la trepidante historia de lucha y pasión de dos individuos que caminan por sendas opuestas. Uno es Humphrey Van Weyden, un caballero idealista y refinado, crítico literario de oficio, que es recogido de un naufragio por una goleta dedicada a la caza de ballenas y que acaba siendo uno de sus marineros. El otro es Lobo Larsen, capitán de dicha goleta, hombre brutal y a la vez cultivado, que ama los retos y está dotado de una inteligencia instintiv, así como de una fuerza descomunal. El encuentro del protagonista con este verdadero animal de mar y la lucha frente a las adversidades a las cuales deberá enfrentarse este intelectual no acostumbrado a las inclemencias de la vida marinera, será para él una suerte de zur-hané [literalmente "casa de fuerza"; arte marcial persa, muy apreciado por los derviches orientales] que lo llevará a fortalecerse e ir más allá de sus limitaciones. Del mundo de las ideas y las elucubraciones mentales, este hombre aterrizará sin haberlo previsto, ni tampoco deseado, en el mundo real, muchas veces cruel y despiadado, pero a la vez intenso y sorprendente. La dureza de las circunstancias que han modelado el carácter de Lobo Larsen, llevándolo hacia la oscuridad, hará que se desvanezca la debilidad del protagonista, que acabará convertiéndose, gracias a la intervención del amor, encarnado en Maud Brewster, una mujer fuerte y al tiempo delicada, en un lúcido y apasionado hombre de acción. Además de algunos diálogos entre los protagonistas, que no tienen desperdicio, el libro que reseñamos tiene todos los ingredientes para atrapar al lector: amor, amistad, lucha por la supervivencia, intriga, combate entre el bien y el mal, el mar y la vida marinera como escenario épico. Al mismo tiempo, los personajes están verdaderamente muy bien construidos. Descoloca especialmente la creíble fascinación que suscita en Hump y en el propio lector la figura diabólica de Lobo Larsen, representación del poder en estado puro, sin haber pasado por el tamiz del amor. Pepa Torras i Virgili

viernes, 17 de diciembre de 2010

Shab-i 'arûs 2010



Shab-i 'arûs - 2010

"Shab-i 'arûs" - "Noche de bodas" de Mawlânâ Rûmî
(17 de diciembre de 1273 - 17 de diciembre de 2010)




Cada diecisiete de diciembre, los derviches mevlevíes, y con ellos todos los amigos de Mawlânâ Rûmî del mundo entero, celebramos "Shab-i 'arûs", la "Noche de bodas", es decir, el día de la muerte de Rûmî, ocurrida un atardecer rojizo del mes de diciembre, en el que el maestro persa de Konya (Turquía) marchó a fundirse para siempre con la inmensidad. Yâ Hazrat-i Mawlânâ! Haqq dost! Yâ man Hû! Hûuuuu .......!


"Nuestra muerte es la noche de bodas
con la inmensidad de lo que es.
¿Cuál es su secreto? "Al·lâh Ahad",
"Sólo Él es, el Único".
Para aquél que reside en Su luz,
la muerte no es sino un regalo"

(Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî, 1207-1273)

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Shams y Rûmî, dos océanos


Shams y Rûmî,


encuentro de dos océanos



Halil Bárcena





El 5 de diciembre de 1244, Shams-é Tabrîzî, el (in)esperado derviche errante que en apenas tres años transformó de raíz la vida hasta entonces sobria y ordenada de Mawlânâ Rûmî, desapareció, muy problamente, asesinado a manos de un puñado de discípulos del propio Rûmî, entre ellos su hijo menor Alâ'oddîn, celosos del influjo que aquel derviche un tanto extravagante, en cuyo interior convivían primavera y otoño, el león y la gacela, ejercía sobre el que entonces era el polo religioso y espiritual de tantos hombres y mujeres en la ciudad de Konya. Y es que, en efecto, Shams abdujo de tal forma al maestro persa de Konya que no es que le cambiase la vida, sino que se la tomó por completo y hasta las últimas consecuencias. Pero, no queremos referirnos en estas líneas al final trágico de Shams, sino, al contrario, al principio de todo, al encuentro entre esos dos océanos de la espiritualidad islámica, como son Shams y Rûmî, tal como fue plasmado por un miniaturista otomano anónimo de mediados del siglo XVI, en una deliciosa miniatura, reproducida en el encabezamiento del presente texto, que forma parte de una hagiografía de Mawlânâ Rûmî, depositada en la biblioteca del museo del Topkapi, en Estambul.

En la imagen, pueden apreciarse dos mundos hasta entonces bien distintos, cara a cara, enfrentados entre sí: por un lado, el de Mawlânâ Rûmî y, por otro, el de Shams-é Tabrîzî. Rûmî ocupa la centralidad de la imagen, a lomos de su mulo, símbolo de quien ha alcanzado las más altas cotas del saber religioso y también espiritual. No en balde, por aquel entonces, la autoridad de Rûmî era reconocida no tan solo en el campo del fiqh o jurisprudencia islámica, es decir, la ley religiosa exotérica, sino también en el de la teología mística. En la imagen, Rûmî se nos presenta enturbantado y elegantemente vestido, a la manera otomana. En cierto modo, se trata de un hombre poderoso, y, como tal, va acompañado de un puñado de discípulos, también enturbantados, que llevan bajo sus brazos un libro, se supone, religioso. Dicho mundo, el del Rûmî juez y profesor de teología, pero también reconocido maestro sufí, es un mundo sobrio y ordenado, culto y respetado, es cierto, pero, a la postre, muy convencional. El suyo, además, es un mundo circunscrito a la letra y a un saber estereotipado, cuyo alcance apensas si roza la corteza de los corazones.



A su izquierda, a pie, esto es, a ras de suelo, aparece Shams, cuya presencia es abrumadora como un sol radiante (¡shams significa en árabe, justamente, sol!) o un león salvaje. Su tocado y sus ropas son las propias de un qalandar o derviche errante, es decir, alguien al margen de las convenciones sociales y religiosas de la época. Como es costumbre en los qalandares, Shams luce además un pediente en la oreja, símbolo mayor de la libertad espiritual para el dervichismo qalandar, así como tatuajes y un amuleto al cuello. Un detalle más: el rostro de Shams aparece rasurado, signo externo de la rebeldía qalandar, a diferencia de Rûmî, quien presenta la barba propia del docto y piadoso musulmán. En resumen, la imagen de Shams no es la de un hombre poderoso, sino la de un hombre de poder.

La miniatura que estamos comentando recrea el instante más trascendental en la vida de Rûmî: el encuentro con Shams, la figura más influyente en la biografía del maestro persa de Konya, encuentro acaecido el mes de octubre de 1244, cuando Rûmî tiene treinta y siete años, mientras Shams está ya en la sesentena. Según narra la propia tradición mevleví, ciertamente muy mitologizada (de hecho existe más de una versión del mismo hecho), en dicho encuentro Shams le espetó la siguiente pregunta a Rûmî: "¡Oh, guía de los musulmanes! ¿Quién era más elevado, Bayazîd Bistâmî o el profeta Muhammad?"; pregunta que hendió la consciencia de Rûmî como una daga bien afilada, desencadenando su catálisis espiritual. Evidentemente, la pregunta punzante de Shams tenía menos que ver con el estado espiritual del profeta del islam y de Bistâmî, el gran polo espiritual del sufismo embriagado y amoroso persa, que con el grado de madurez espiritual del propio Rûmî, algo que a algunos estudiosos del sufismo les ha costado una enormidad llegarlo a comprender.





Es interesante leer el testimonio del propio Mawlânâ, a propósito de lo que la pregunta de Shams provocó en él. Esto es lo que cuenta el maestro persa de Konya: "Los siete cielos se colapsaron y cayeron sobre la tierra. Un violento fuego incendió todo desde mis entrañas hasta mi cerebro, desde donde vi ascender el humo hasta el mismísimo trono divino". Lo cierto es que tras el encuentro con aquel derviche errante tan solar y tan de fuego, Rûmî no volvería a ser jamás el mismo; o mejor aún, después de Shams, Mawlânâ llegó a ser lo que en verdad era y había sido siempre. En ese sentido, Shams no actuó sino de catalizador que liberó al ebrio qalandar que Mawlânâ llevaba dentro, en los pliegues más íntimos de lo más íntimo de su ser. Porque, en efecto, eso era lo que Mawlânâ atesoraba en su interior. Soltân Walad, el hijo mayor del maestro persa de Konya y verdadero artífice de la tarîqa mawlawiyya, la escuela sufí de los derviches giróvagos, herederos del legado espiritual de Rûmî, explicaba en estos términos la transformación sufrida por su padre, tras el encuentro con Shams: "El amor hizo del digno juez un poeta, el antes asceta se convirtió en un loco. Había bebido de un trago un vino que no era de uva: su alma había tragado la vendimia de la luz".

Y el propio Mawlânâ explicó así dicho suceso fundamental con Shams, el sol persa de Tabrîz, que acabó por desencuadenarle el alma: "Era un asceta, me hiciste un poeta, mi vida se hizo bohemia, me hiciste un buscador de vino. Me encontraste sereno, como un pilar de la fe, y me convertiste en el juguete de los niños del barrio". En definitiva, el grave y serio hombre de religión y maestro moderado de la vía espiritual sufí, que por aquel entonces era Mawlânâ, acabó por convertirse en un loco qalandar, amante de la divinidad; en un poeta entregado a la música y la danza derviche del giro, por obra y gracia de aquel derviche censurable venido de la ciudad de Tabrîz. Y, de hecho, ese es el Rûmî que conocemos, el hombre que pasó del estado de sobria madurez al de total calcinamiento en las brasas del amor místico. Y es que, con Shams, Mawlânâ cruzó heroicamente un puente, el que conduce de la falsa seguridad al de la perplejidad, de la dualidad a la mirada unificada y unificadora de la realidad, del saber libresco al conocimiento gustativo de la divinidad.

Acabemos estas líneas con una última reflexión acerca del talante de Shams-é Tabrîzî, un hombre volcánico y de frecuentes erupciones, según cuentan las crónicas de la época. Shams era un derviche cortés y caballeroso, afecto a las reglas de la futuwwa o caballería espiritual sufí. Sin embargo, en tanto que derviche comprometido con la vía, exigía a los hombres rectitud, fuerza y objetividad. Y ya se sabe que ser objetivo significa morir un poquito a sí mismo. También exigía entrega y generosidad. A ojos de Shams, los tibios debían ser vomitados. Su grado de exigencia era extremo. Y es que el aspirante de la vía interior ha de estar dispuesto a venderlo todo por una copa de vino. De ahí su condición heroica. Y Mawlânâ fue un héroe, por supuesto. Con todo, la severidad de Shams, como la de otros grandes maestros espirituales, fue una severidad, digámoslo así, redentora. El sol a la vez quema y cura.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Adiós a Enrique Morente



Adiós a Enrique Morente


Halil Bárcena





Hoy, mientras me dirigía a ofrecer una conferencia sobre sufismo me he enterado de sopetón, a través de la radio del taxi (¡que, por fortuna, no era la COPE!), de la muerte, a los 67 años de edad, del cantaor Enrique Morente, una voz y una personalidad únicas e irrepetibles en el mundo del flamenco. Con Morente se nos va uno de los grandes del cante jondo, fiel a la tradición y, al mismo tiempo, un serio innovador. Y es que sólo quienes saben bien de dónde vienen pueden transitar nuevas rutas, jamás antes exploradas por nadie. No hace mucho, el crítico Diego A. Manrique decía de Morente que se trataba del Van Morrison del flamenco; y algo de ello hay, incluso hasta una cierta retirada física. Algunas semanas atrás, este blog le dedicó algunos textos al gran cantaor granadino. El músico azerí Alîm Qasimov decía que "para ser músico hay que tener un fuego que te quema por dentro". Pues bien, Morente era uno de esos artistas inmensos a los que el fuego de la creación les devora por dentro. Hoy es un día muy triste para todos los amantes del flamenco. ¡Qué triste y frío está siendo este mes de diciembre! Vaya desde aquí nuestro más sentido adiós a uno de los más grandes del cante de todos los tiempos.

Y aquí un par de ejemplos para el recuerdo del arte flamenco del maestro Morente cantando en Catalunya:
http://www.youtube.com/watch?v=z2USsNMO14k

viernes, 10 de diciembre de 2010

Cuentos: El bueno, el generoso y el sabio


El bueno, el generoso y
el sabio






En una jânaqa, un maestro sufí les explicaba a los discípulos y amigos allí reunidos, durante un sohbet:
- Un hombre bueno es aquel que trata a los demás como a él le gustaría ser tratado. Un hombre generoso, por su parte, es aquel que trata a otros mejor de lo que él esperaría ser tratado. Pero, un hombre sabio es quien sabe de qué manera él mismo y los otros deberían ser tratados; de qué manera e incluso hasta qué punto.

Alguien entre los presentes (dado a juzgar y clasificar, a lo visto), preguntó:
- Pero, maestro, ¿qué es mejor: ser bueno, generoso o sabio?

El maestro, sin apenas pestañear, contestó:
- Si eres sabio, no tienes que estar obsesionado todo el día con ser bueno o generoso. Sólo estás obligado a hacer en cada momento lo que es necesario.

No es la mano la que es generosa, sino el ojo, la vista. Lo único que importa en el camino interior es ver, para discernir; y el sabio es el que ve. Quien ve, el sabio, el hombre de conocimiento, actúa más allá de cualquier juicio. Hace en todo momento lo que tiene que hacer, lo que hay que hacer.


Halil Bárcena

jueves, 9 de diciembre de 2010

Actitudes sufíes


Actitudes sufíes



Halil Bárcena




Lo hemos dejado escrito ya con anterioridad en otros lugares: más que de escuelas o turuq sufíes en bloque, preferimos hablar de actitudes o sensibilidades sufíes precisas. Y es que el llamado sufismo de escuela hace tiempo que da muestras de un franco agotamiento. Además, los tiempos no están como para encerrarse en los límites estrechos de una sola visión, por muy fina que ésta sea. Hoy, que el mundo se ha vuelto tan y tan complejo (el ser humano también), no basta con un solo punto de vista para comprender el alcance real de los fenómenos que están sucediendo ante nosotros. Ni el budismo o el islam, pongamos por caso, son suficientes por sí solos para aprehender la complejidad de nuestra atribulada contemporaneidad. Tampoco las gastadas ideologías laicas lo son. Pero, no nos desviemos de nuestro tema y volvamos a lo que hemos dado en llamar actitudes o sensibilidades sufíes, que es lo que aquí en verdad nos preocupa ahora.

A mi modo de ver, existen tres actitudes sufíes, provenientes de otras tantas turuq o escuelas sufíes históricas, que hoy debieran de forma parte inextricable de todo camino sufí serio, al menos tal como aquí lo concebimos. Así, en cuestiones de adab o educación espiritual, se ha de ser un meveleví. Nadie como los amigos y seguidores del poeta persa Mawlânâ Rûmî (m. 1273) han destacado en cuestiones de etiqueta, es decir, en el saber hacer y el saber estar, prueba irrefutable en este caso de un profundo saber ser y no de ninguna pose externa. Pronto, los mevlevíes comprendieron la importancia no sólo del "qué", sino también del "cómo". Y es que lo que llama poderosamente la atención, lo que verdaderamente arrebata y conmueve de un mevleví no es tanto lo que dice, sino cómo dice lo que dice.

Respecto al dhikr o práctica del recuerdo y la presencia divina, núcleo vertebrador de la práctica sufí, se ha de ser un naqshabandí. Evidentemente, nos referimos aquí a la naqshabandiyya que recibe el propio Bahâoddín Naqshaband (m. 1390), heredera, entre otras, de la gran tradición yasawí centroasiática, y no a sus formas posteriores, mucho más politizada y apegada al formalismo religioso islámico que a sus verdaderas raíces espirituales. Por lo tanto, estamos aludiendo a la naqshabandiyya anterior a lo que Annemarie Schimmel denomina la "reacción naqshabandí" del indio Ahmad Sirhindí (m. 1624), paladín de la sobriedad y la ortodoxia, frente a toda contaminación externa o bien shi'í. Sea como fuere, la primigenia naqshabandiyya se ocupó del dhikr de forma impecable, primando, sobre todo, el llamado dhikr jafí o del corazón, que no es sino la forma silenciosa de practicar el dhikr sufí, poniendo la atención sobre manera en el despertar y activación de los latâ'if o centros sutiles del cuerpo humano.


Y, por último, en el mundo, se ha de ser un malâmatí, alguien que vive no ya en el anonimato, sino del anonimato, y fuera de todo elogio o pretensión espiritual. Los malâmatíes, cuyas raíces deben ser buscadas en la ciudad persa de Nishabûr, allá por el siglo IX, advirtieron enseguida que el mayor peligro del camino es el propio camino, o mejor dicho, creerse alguien importante que está realizando un camino interior único, cuyo compromiso y entrega es sin parangón. Llevada, incluso, hasta sus extremos, la actitud malâmatí roza lo irreverente y, a veces, puede resultar provocativa. En su empeño por huir de todo halago o autocomplacencia espiritual, el malâmatí puede pasar, justamente, por lo contrario, alguien alejado de lo espiritual, pero todo en él, sin embargo, posee una intencionalidad educativa, para consigo mismo y para quienes permanecen a su lado, algo no siempre fácil y cómodo.

Resumiendo, pues, las tres actitudes sufíes citadas: en adab, como un mevleví; en el dhikr, como un naqshabandí; y en el mundo, como un malâmatí. Y nada más, que no es poco.

Poetas: Kabîr

1
No vayas al jardín florido, no vayas, ¡oh, amigo!En ti están el jardín y sus flores.Inclínate sobre el loto de los mil pétalos y contempla allí la Infinita Belleza.

2
Kabîr dice: Si te sumerges en el océano de vida, vivirás en el país de la suprema felicidad. ¡Qué frenesí de éxtasis contiene cada hora! El adorador exprime y bebe la esencia de las horas. Vive con la vida de Brahma... Digo la verdad porque acepté la verdad en mi vida. Estoy consagrado a la verdad porque ahuyenté lejos de mí todas las falsas apariencias.




3
¡Sutil es el sendero del amor! No hay en él preguntas ni silencios; toda criatura se aniquila a sus pies, se hunde en el gozo de buscarlo a Él, se sumerge en las profundidades de su amor como el pez en el agua. El enamorado siempre está dispuesto a ofrecer su vida en servicio de su Señor. Kabîr revela el secreto de ese amor.

4
Si no conoces a tu propio Señor, ¿de qué te enorgulleces? Renuncia a toda elocuencia. Jamás te unirán a Él las simples palabras. No te dejes engañar por el testimonio de las Escrituras. El amor difiere mucho de la letra, y el que con toda sinceridad lo busca, lo encuentra.

5
El arpa difunde una suave música y la danza continúa sin danzantes. La música se toca sin tañerla; se escucha sin oídos, pues Él es el oído y Él escucha. La puerta está cerrada; pero el incienso está en el interior y nadie ve la cita. El sabio comprende estas palabras.


(Kabîr, Poemas místicos. 100 poemas de Kabîr, Barcelona: Obelisco, 2000)







Kabîr (Benarés, 1440 – Maghar, 1518). Poeta, músico y místico indio de ecos sufíes. De padres musulmanes, fue discípulo del santo hindú Bhakti Ramananda, hecho éste insólito, dado que por aquel entonces un gurú hindú no aceptaba estudiantes musulmanes. La tradición legendaria cuenta que Kabîr (grande en árabe), el tejedor iletrado, fue la excepción, al encontrar un camino personal harto creativo con el que vencer todas las objeciones. Hombre de actitudes derviches malâmatíes, rechazó credos, denominaciones, ascetismos y religiones, llevando la filosofía mística india, fecundada por el misticismo sufí, a un nuevo rumbo. Su colección de poemas, reunida por sus discípulos durante el transcurso de su vida, constituye una de las obras maestras de la literatura espiritual universal.


Sección coordinada por Pepa Torras i Virgili

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Dîwân de Hal·lâj (13)



Dîwân de Hal·lâj (m. 922)







13

1. El secret íntim dels cors batega fort, amagat
en un racó de l’horitzó celeste on brilla una llum difusa.

2. I com és això? Perquè el com es coneix per l’aparença,
però l’interior de l’invisible té el rostre amagat en l’essència
i per l’essència.

3. Les creatures, quan cerquen, s’extravien com cecs en la
fosca,
i no coneixen sinó indicis obscurs (1).

4. Mitjancant conjectures i imaginació s’encaminen a la
veritat,
i amb el cor delerós confien al cel llurs secrets.

5. El Senyor roman amb ells en cada acte,
investint en tot moment llurs estats interiors.

6. I no se n’allunyarien ni el breu instant d’un parpelleig
si sabessin que no s’aparta mai d’ells.

Notes:

(1) Vers inspirat en l’anomenada aleia de la foscor (Alcorà 24, 40), que evoca la ignorància humana del misteri diví.


(Traducció de l'àrab al català a càrrec de Halil Bárcena)

domingo, 5 de diciembre de 2010

Un ejemplo malâmatí


Un huequecito en la pared



Lili Castella







La malâmatiyya, singular forma de sufismo calificado por algunos como una suerte de “sufismo más allá del sufismo”, nació en el siglo IX, en la ciudad jorasaní de Nishabûr. Tan rica, espiritualmente hablando, como poco conocida en Occidente, la malâmatiyya, según explica Halil Bárcena en su libro El Sufime, no es una escuela sufí, en el sentido clásico del término, sino una tendencia o actitud espiritual, un estilo de hacer camino interior o incluso una categoría psicológica. Y es que los derviches malâmatíes “haciendo gala de una fina agudeza, parten del hecho de que en el camino espiritual no hay velo más difícil de descorrer que el de la vanidad y la autocomplacencia, frutos del elogio de la gente y de la propia voluntad de complacer a los demás” [1]. Los malâmatíes, desde su radical libertad interior y desde su compromiso absoluto con la verdad, fueron conscientes bien pronto de las trampas del propio ego y no dudaron en denunciar, al precio que fuera, “con una lucidez y rectitud implacables, las formas más diversas de autocomplacencia y exhibición espirituales” [2].

En este contexto recogemos la conmovedora historia de Nafiz Uncu relatada por Kudsi Erguner, célebre intérprete de ney, la flauta derviche de caña, en su libro La fuente de la separación. Viajes de un músico sufí [3], recientemente reseñado en este mismo blog. Cuenta Erguner que Nafiz Uncu, en la primera mitad del siglo pasado, era una de las figuras más queridas del tekké [4] uzbeko del barrio de Üskudar, en la parte asiática de Estambul. Nafiz Uncu, que en su juventud había sido uno de los cantantes más célebres de Estambul, poseía una voz bellísima que tenía enamorada a toda la ciudad, a tal punto, que, siendo Nafiz imam de Yeni Cami, la mezquita que se encuentra en la plaza de Üsküdar, la gente se agolpaba en ella para escucharle recitar el Corán o la llamada a la oración. Nafiz, no obstante, veía en la fama una trampa peligrosa, de modo que hizo voto de perder su voz. Relata Erguner que cuando conoció a Nafiz, éste tenía una voz que apenas le permitía hablar.


Nafiz Uncu, que vivía con una gran discreción, no faltaba nunca a las reuniones musicales del tekké. Se sentaba siempre en el mismo sitio, contra la pared, llevando el ritmo de la música con la cabeza, lo que le provocaba darse ligeros golpes contra la pared en la que, a causa de la constante repetición de su vaivén, se había formado un huequecito que nadie se atrevía a restaurar, como forma de respeto para con él. Erguner lo recuerda así, adorable y enternecedor, con los bolsillos llenos de caramelos para los niños, sentado siempre con la cabeza apoyada en la pared, cerrando los ojos, con un rostro radiante por la escucha del ney o de cualquier otro instrumento, o al oír un canto.

Nafiz Uncu había comprendido seguramente que en el camino interior las peores trabas pueden ser, no ya los defectos, sino las propias virtudes, en su caso su voz y el efecto que producía en la gente. Y en un grado aún mayor de finura, debió advertir el peligro de actuar no ya para conseguir la consideración de los demás, sino para gozar de una buena opinión respecto de sí mismo. Es por todo ello que el derviche malâmatí, en su vivir discreto y honesto, apenas deja huella en su transitar, quizá tan sólo un huequecito en la pared o el dulce sabor de un caramelo en la boca.


Notas:
[1] Halil Bárcena, El Sufisme, Fragmenta, Barcelona 2010, pp. 121-124.
[2] Halil Bárcena, Dîwân de Hal·lâj, Fragmenta, Barcelona 2008, pp. 34-35.
[3] Kudsi Erguner, La fuente de la separación. Viajes de un músico sufí. Oozebap, Barcelona 2009
[4] Lugar de reunión sufí, equivalente turco de la jânaqâ persa.



Lili Castella es licenciada en Derecho. Pianista y rebabista del grupo 'Ushâq. Coordinadora de activdades del Institut d'Estudis Sufís de Barcelona



Lecturas recomendadas

  • Abbas Kiarostami, Compañero del viento (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2006).
  • José Antonio Antón Pacheco, Intersignos. Aspectos de Louis Massignon y Henry Corbin (Athenaica, 2015).
  • Khalili, Una asamblea de polillas (Mandala, 2012).
  • Masood Khalili, Los susurros de la guerra (Alianza, 2016).
  • Olga Fajardo (ed.), La experiencia contemplativa. En la mística, la filosofía y el arte (Kairós, 2017).
  • Seyed Ghahreman Safavi, Rumi's Spiritual Shi'ism (London Academy of Iranian Studies, 2008).
  • Shams de Tabriz, La quête du Joyau. Paroles inouïes de Shams, maître de Jalâl al-din Rûmi. Trad. Charles-Henry de Fouchécour (CERF, 2017).
  • Tom Cheetham, El mundo como icono. Henry Corbin ya la función angélica de los seres, (Atalanta, 2018).

¡Ah... min al-'Eshq!

"A nosotros que, sin copa ni vino,
estamos contentos.
A nosotros que, despreciados o alabados,
estamos contentos.
A nosotros nos preguntan: “¿En qué acabaréis?”.
A nosotros que, sin acabar en nada,
estamos contentos"

Mawlānā Ŷalāl al-Dīn Rūmī

¡... del movimiento a la quietud!

... de la palabra al silencio !!!

"Queda mucho por decir,
pero será Él quien te lo diga
para que lo entiendas, no yo"

Mawlânâ Yalâl al-Dîn Rûmî (m. 1273)